La epidemia que afecta a México y que amenaza convertirse en pandemia, permite recordar que la lucha contra otra enfermedad, la viruela, producida también por el estrechamiento de nuestro planeta, impulsó hace poco más de doscientos años a los hombres de ciencia a utilizar los recursos médicos a su alcance, en este caso la vacuna, para lanzar una batalla verdaderamente global.
Corrían los años reformadores de la corona española, gobernada por el rey Carlos IV, quien había perdido una hija víctima de la viruela, lo que lo sensibilizó para introducir algunos avances en la salud pública y en la actualización científica de su país. En ese contexto, se autorizó una expedición científica dirigida por el doctor Francisco Javier Balmis (1753 -1819) patrocinada por la Corona para diseminar la vacuna contra la viruela; una hazaña científica que enlazó de manera perdurable a México con Filipinas.
La expedición salió de La Coruña el 30 de noviembre de 1803, pasando por Puerto Rico y Venezuela, rumbo a México, donde operó a lo largo de casi un año. A finales de enero de 1805 llegó al puerto de Acapulco.
Las crónicas señalan que se trataba de una rara peregrinación procedente de la ciudad de México, compuesta por veinticinco niños, cuyas edades oscilaban entre los cuatro y los seis años, provenientes de los hospicios de Valladolid, Querétaro y Zacatecas. "Llegaron a Acapulco para embarcarse con destino a Manila; eran portadores del beneficio de la vacuna contra la viruela, que tantos estragos había causado en la Nueva España, desde que aquel esclavo negro, Francisco Eguía, al servicio de Pánfilo de Narváez, la introdujo en 1520" (1).
Tomás Oteiza Iriarte señala que"en aquel tiempo no había manera de contar con ampolletas y la única forma de llevar de una parte a otra la vacuna, era, la de propagar su beneficio bajo la técnica de "brazo a brazo" a fin de mantenerla fresca. Con este procedimiento fue extendiéndose su aplicación por todas las colonias hispanas". La vacuna había salido de España en la corbeta "María de Pita"(...) con el propósito de introducir su aplicación por toda la América y las Filipinas. El Dr. Balmis contaba con una orden suscrita por el rey de España, para que tanto las autoridades civiles como las eclesiásticas, cooperaran con todos los medios a su alcance para su propagación y uso, sin obstáculos de ninguna especie".
"Como una medida efectiva y práctica el Virrey y Arzobispo de México expidieron circulares a todas las Intendencias y Obsipados, para que a su vez las hicieran extensivas a todos los Gobernadores y Alcaldes de los pueblos, así como también a las parroquias y capellanías, recomendándoles que al tener aviso de que llegaban a sus jurisdicciones el pelotón de niños y sus encargados, los recibieran como un Don del Cielo.
Oteiza Iriarte menciona una crónica de aquella extraña procesión de niños: "En Veracruz, Puebla, Oaxaca, Zacatecas y otras entidades del país, el doctor Balmis y su brigada sanitaria fueron recibidos con repiques de campanas, estallido de cohetes y música de alegres bandas".
"En Acapulco, el Gobernador del Castillo y el Alcalde, el párroco con sus acólitos acompañados por muchas gentes (sic) del pueblo, salieron a recibir a los infantes hasta el punto llamado La Garita, donde formaron una procesión, llevando en alto un niño que traía la vacuna antivariolosa en su bracito, semejando una imagen viviente; seguíanlo el sacerdote y las autoridades para así hacer comprender a las multitudes que era todo un bien, ese medio de combatir el grave mal. Hicieron su entrada a la ciudad, cantando la letanía de los santos, y una vez en la iglesia se llevó a cabo una función religiosa en acción de gracias. La confianza que despertó este proceder en el ánimo de las gentes (sic), permitió que al día siguiente se vacunaran muchos niños".
"Si de por sí, la salida del galeón de Manila del puerto de Acapulco era todo un acontecimiento, en esta ocasión, tuvo resonancias mayores, pues muchas madres que veían partir a aquellos niños sólo al cuidado de hombres rudos, les causaba profunda pena. Salieron de Acapulco el 5 de febrero de 1805 rumbo a Manila. Tuvo una escala en Macao y otra en Cantón. Una vez cumplida su misión, prosiguieron el viaje de retorno a España, dándole así la vuelta al mundo".
Los resultados científicos de aquella expedición siguen siendo motivo de estudio para los historiadores, pero deja en la memoria un importante vínculo que une a México con Filipinas.
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Tomás Oteiza Iriarte. Acapulco: La Ciudad de las Naos de Oriente y de las Sirenas Modernas. Edición del autor. 1965, pp. 161-162.
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