Una invitación para conocer la historia del Galeón de Manila, su cultura y su impacto en Filipinas y en América.

domingo, 31 de mayo de 2009

Forzados y reclutas /soldados (2)

La ciudad de Manila vivió amenazada desde su fundación en 1571 por la presencia del ingente número de chinos que vivía en los alrededores de la ciudad y por el asedio de los piratas occidentales. En 1574, un comandante rebelde chino llamado Limahong atacó la ciudad con una fuerza de 3,000 elementos, que fue repelida por apenas 200 soldados comandados por Juan Salcedo, nieto de Legazpi. La victoria fue suficiente para mantener la presencia española en las islas, pero la percepción de asedio se mantuvo por lo menos hasta bien entrado el siglo XVII.

En diversas etapas se alcanzó una cierta estabilidad, en la medida en que las autoridades españolas accedían a un modus vivendi con los chinos de la colonia y con los comerciantes que visitaban las islas. William Schurtz refiere que dos siglos después, en 1768, el gobernador Simón de Anda Salazar hacía un recuento de 14 insurrecciones chinas en la colonia desde su fundación. Esto sería en promedio una cada catorce años (1). Cabe destacar que Manila cayó en manos de los ingleses de 1762 a 1764, y fue recuperada por los españoles gracias al Tratado de París. Asi pues, la defensa de las Filipinas fue siempre un dolor de cabeza para la metrópoli y para los administradores con sede en México.
"Una de las voces que repetidas veces se elevaron para informar a la corte del peligro que representaba el estado de indefensión, fue la del enérgico gobernador don Pedro Manuel Arandía (1754 - 1759). No se limitó a esto, sino que concibió diferentes proyectos para remediar la situación. Uno de ellos trataba de reformar precisamente la disciplina de las tropas y fue expresado en un documento que guarda el Archvo General de la Nación y que se llamó Nuevo planteo de las tropas de Manila (2).
Vida cotidiana de los soldados novohispanos en Filipinas.

Como ya se ha señalado, la guarnición de Manila y otros puntos de Filipinas recaía principalmente sobre los recursos monetarios y de organización de la Nueva España. Los soldados enviados a Oriente debían cumplir sus tareas en condiciones lamentables, como lo indicaba Arandía en su propuesta.
"Siendo de notable considerable el estado en que se halla la tropa de este Continente y mar que en todas partes de esta Ciudad en que se ven soldados de su guarnición descalzos los más, muchos en cuerpo de camisa y asegurándoseme de noche pedir limosna y en las centinelas y puestos con las armas en la mano en postura que más es irrisión que mérito contra el que en sí se tienen los de Su Majestad de Europa, y más continentes del mundo que se extienden sus dominios y real nombre".

María Fernanda de los Arcos subraya la inquietud del gobernador, ya que "al parecer, en aquella época los soldados de la guarnición de Manila vivían en su mayoría esparcidos por los arrabales y zonas circunvecinas a la ciudad amurallada, en lugar de residir dentro de ella como hubiera sido más lógico para su asistencia en caso de peligro. Todo ello era motivado por la indisciplina que permitía que, en las islas, los soldados no se concentraban en cuarteles, sino que se reunían solamente cuando había alguna emergencia, alarma, o bien en aquellos días en que era necesario por tratarse de revistas militares, días de pagas, etcétera. Entonces era cuando se situaban bajo el mando de oficiales. El resto del tiempo se esparcían más o menos dentro de una franja de cinco leguas que abrazaba por tierra la capital. Un fenómeno bien curioso es el que Arandía denunciaba: de los cien o doscientos hombres que cada año se recibían en Filipinas procedentes de la península o de Nueva España, sólo se empleaba a una parte de ellos.

"En otra parte, el mismo Arandía afirmaba que los soldados no solamente pedían limosna sino que llegaban incluso a robar "para pasar el mes". Otras veces vendían el uniforme a los habitantes de las poblaciones y tierras aledañas a Manila, "quienes en la Casaca del Rey dejaban de pagar el tributo, los Polos y servicio del año a que debían concurrir".

____________________

(1) William Lyte Schurtz, The Manilla Galleon. Dutton and Company Ed., New York, 1939, p 83

(2) María Fernanda García de los Arcos. "El traslado de novohispanos a Filipinas en la segunda mitad del siglo XVIII". 47. En La presencia Novohispana en el Pacífico Insular. Universidad Iberoamericana. 1990, pp. 47 - 70.

(3)Idem, p.60


sábado, 30 de mayo de 2009

Forzados y reclutas / soldados (1)

El tema de la defensa militar de las Filipinas se remonta al inicio de la colonizacion de las islas, asediadas por los piratas holandeses e ingleses o por las fuerzas chinas y japonesas que controlaban el comercio en la región. Sin embargo, la necesidad de contar con un regimiento permanente en Manila no era simple ni suficiente, sobre todo en un archipiélago tan disperso y desconocido para los españoles. Con el paso de los años, el asunto de los soldados se convirtió, como es natural, en un tema migratorio, en tanto que muchos de los reclutas decidían asentarse permanentemente en Filipinas.

Un historiador mexicano dió a conocer un documento de 1575 relativo a los soldados reunidos para su envío a Filipinas en ocasión del viaje de Francisco de Sande, oidor de la Audiencia de México, designado tercer gobernador de las islas en sustitución de Guido de Lavezaris, sucesor del adelantado Legazpi (1). Se trató de un contingente de 178 individuos alistados, 140 españoles y 38 americanos: 32 de la ciudad de México, uno por cada una de las siguientes ciudades Culiacán, Puebla, Taxco y Zacatecas. Uno de Lima y otro de Santo Domingo. Esta cantidad, alrededor de 200 sería el promedio de soldados que se remitía a Filpinas en cada viaje.

El reclutamiento fue bastante dilatado: desde el 16 de octubre de 1574 al 10 de marzo de 1575, en total 146 días. Cada individuo alistado recibió 100 pesos de oro común de ayuda de costa" más 15 pesos para gastos de traslado de la ciudad de México a Acapulco. Se les asignaba uniforme, cota (mallón metálico) y armas: arcabuz, espada y daga.

Del total, 141 tenían entre 20 y 30 años, aunque muchos declararon desconocer su edad. Uno tenía 16 años.

"Caso aparte, señala el historiador, es el del hijo que iba a reunirse con sus padres residentes en Manila, es decir que éstos fueron emigrantes a Filipinas en un viaje anterior, en 1562. El ejemplo puede tomarse como indicio de que el alistarse como soldado era una manera económica de viajar a las islas para reunirse con parientes ya radicados en ellas".

Las listas de reclutas muestran rasgos que, además de ser curiosos, sugieren cuáles habrán sido las características físicas de los soldados, quizás no muy diferentes al resto de la población de aquella época. Se hace una detallada descripción de cicatrices en 140 de los 178 soldados, en la cabeza, en brazos y piernas. La falta de piezas dentales era común, pero también se enlistas "bizcos" (estrabismo), con "nubes" (cataratas) y otro "con un ojo resmeliado" (¿vaciado?, ¿tuerto?). Aparte de los que mostraban secuelas de viruelas (oyoso de bubelas) se enlistaron individuos con labio leporino (bezo endido). Se enroló "un estevado, que echa el pie derecho hacia la fuera" y un cojo del mismo pie.

Otros aspectos físicos son: bien dispuesto, expresión aplicada a 56 individuos; uno de ellos era de rostro bien dispuesto, aunque tenía dos cicatrices en las cejas. Estatura de 83 soldados: 23 medianos, 52 bajos (uno con la indicación de rehecho, equivalente a grueso), 8 bajos, el resto carece de ese dato. El color sólo se indica en 24 casos: 17 morenos y 7 bermejos (rojos). Por último, el color de la barba destacaba en 27 personas: ocho negra, siete rubia, cuatro roja, una bermeja y una canosa.

Concluye el investigador que estos reclutas pueden ser considerados como migrantes, "porque en última instancia su propósito era arraigar en las islas. Al igual que la transformación de las huestes conquistadoras de la América española en entidades de colonización, por lo que toca a Filipinas el ejemplo lo da la propia expedición de Legazpi (de cabal organización militar), muchos de cuyos miembros ganaron la condición de encomenderos, la clásica institución socioeconómica subsecuente a las principales empresas de conquista y en cierta forma pie de la fase primitiva de colonización. Por lo tanto, so capa de servicio miltar, buena parte de los llamados soldados, improvisados los más o profesionales los menos, partían con la decidida intención de granjearse recompensa material".
______________
(1) Luis Muro. "Soldados de Nueva España a Filipinas (1575)". En Historia Mexicana, Vol XIX, No. 4 , El Colegio de México, abril-junio 1970, pp. 466 -491.


jueves, 28 de mayo de 2009

Desigualdad y comercio

Desde que hay memoria histórica, a nuestra sociedad se le puede definir como una estructura de poder diseñada para organizar y explotar la desigualdad social extrema. Y esta definición es válida lo mismo para el periodo indígena que para el colonial, el independiente o el actual.

En el pasado profundo, el dominio de los muchos por los muy pocos fue aceptado como natural, como legítimo, pero a partir de la independencia cada vez menos. Esa pérdida progresiva de legitimidad del poder de las minorías en un país estructurado de siglos por y para beneficio de los pocos, es lo que en gran medida explica la dinámica de la historia política de México en su etapa nacional.

Lorenzo Meyer. Un país de los pocos. Diario Reforma, 28 de mayo de 2009.

Las líneas publicadas por el doctor Meyer me permiten adelantar una reflexión de lo que he venido preparando respecto a las vinculaciones del comercio a través del Pacífico con la vida económica y política de México en el período colonial. Existen evidencias notables de que el comercio del Galeón, intimamente ligado a las redes comerciales terrestres que abastecían a sectores como el minero, el ganadero y el agrícola tenían relaciones estrechas a través de la producción de plata, escencia del comercio internacional de aquella época, así como del sistema crediticio (donde jugaba un papel muy importante el dinero de la Iglesia) y la demanda de bienes suntuarios de la élite colonial.

Afortunadamente, los especialistas han venido desarrollando desde la década pasada un análisis coherente de estas vinculaciones, basadas en el estudio de las estadísticas disponibles (derechos aduaneros, relaciones de carga de los navíos, listas de abasto, redes de crédito). Historiadores como Carmen Yuste, Ostwaldo Sales Colín, María Fernanda García de los Arcos, entre otros, han aportado valiosos estudios que permiten desentrañar la madeja de la relación del comercio externo y el conjunto de la economía colonial.

El primer gran avance de esta interpretación es la nueva valoración que se tiene del intercambio transpacífico, no como un simple trampolín secundario del comercio dominado por la Corona española. "se ha superado la idea de que el virreinato fue tan sólo una área de tránsito terrestre de un comercio intercontinental entre Filipinas y la Península y sobre el cual los mexicanos recibieron muy pocos beneficios", escribe Carmen Yuste, quien es pionera en este tipo de investigación, y adelanta "El tráfico con Manila fue una de las vías de inversión de los comerciantes novohispanos en los años de la cuestionada depresión económica" del siglo XVII.

Tan fue así que el poder de los comerciantes novohispanos en Manila llegó a ser un reto para el poder comercial de de Sevilla en la península.

Pero tomando esta base de análisis parece fundamental relacionar tales elementos de tipo económico con toda aquella información que está dispersa sobre el poder político de la élites coloniales en México: De Zacatecas a Puebla; de la ciudad de México a Veracruz y Oaxaca, de Acapulco a Manila. Un reino sorprendentemente rico y desigual como lo observó al final del siglo XVIII el barón de Humbolt.

De la Nueva España al reino de Perú se extendieron redes de poder que dieron vida a ese comercio y que tenían nombres de gobernadores, obispos, bodegueros, militares, hacendados, quienes definieron la vida económica, política y moral de estos países, incluído Filipinas. Muchos de aquellos nombres cambiaron con la Independencia, pero el sentido profundo de dominio monopólico de aquellas élites siguió corriendo por las venas del poder político contemporáneo.

___________________________

Carmen Yuste. Emporios Transpacíficos: Comerciantes mexicanos en Manila, 1710 - 1815. UNAM, México 2007. P 13.

Sobre el tema de la depresión económica del siglo XVII, ver la entrada Transformación del consumo, del 25 de marzo.

martes, 26 de mayo de 2009

Coyuca

En la intendencia de México, de la que dependía Acapulco, se localiza un caso específico relatado por el alcalde de Coyuca, Pedro de Zúñiga, quien en 1757 informaba que en el barrio de San Nicolás Obispo de aquella población se habían asentado filipinos desde finales del siglo XVI, a un lado de la hacienda de San Diego.

“Dicho barrio tuvo principio desde los antiguos tiempos de que los indios filipinos que venían de Manila en el galeón actual, ínterin se acercaba su retorno, se iban desde el puerto a abrigar en aquel paraje por ser cómodo y poco distante. Y como se fuesen quedando muchos de ellos y casándose con indias de otras poblaciones se fue aumentando de tal manera que hoy se compone de muy crecido número de familias e individuos y es una formal reducción con su capilla y en ella los correspondientes adornos con sus casas, solares y huertas y pedazos de tierra en que siembran arroz, maíz, algodón y cogen los frutos de sus árboles frutales.”

Rolf Widmer, de quien se toma esta cita, apunta que “como propietarios de las huertas en cuyo derecho sucedieron a los indios o como terrazgueros de las haciendas, los indios filipinos introducen el arroz en el medio costeño. El autor considera que fue hasta el siglo XVIII cuando tomaron control de la producción de algodón y arroz en las zonas húmedas aledañas a Acapulco. La razón es que el cacao, del que dependía la zona, perdió su aliciente económico y los españoles prefirieron dejar sus haciendas
* * *
En la página electrónica del gobierno municipal de Coyuca se menciona la existencia de un grupo musical de amplia tradición, conocida como la orquesta de “Los hermanos Chinos”, de El Espinalillo. Su historia se remonta al año 1890, cuando Victor Solís formó el conjunto junto con sus hijos, orgullosos de su ascendencia asiática. Los doctores Maya Pérez y Arturo Argueta me platicaron con entusiasmo de este asunto y me regalaron un disco del grupo. Más que una anécdota, cabe subrayar el hecho de que la presencia asiática se ha mezclado felizmente con los rasgos de una rica cultura local tan viva.

Widmer Rolf, Conquista y Despertar de la Mar del Sur (1521-1684). Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Dirección General de Publicaciones p.92-93.

El esclavo Pablo

(Agradezco enormemente la información de esta entrada al paleógrafo Eugenio Reyes, especialista en la Academia Mexicana de Historia)

En el Archivo General de la Nación de la ciudad de México, en el Ramo de Historia, se encuentra documentada la vida de un esclavo oriental llamado Pablo, originario de la India pero considerado chino. La información consta en actas de compra- venta correspondientes a los años de 1632 a 1664 en las que Pablo pasó de dueño en dueño, entrando y saliendo del colegio de San Pablo en la capital mexicana.

Al estilo de aquella época los padres del colegio se reunieron el 4 de febrero de 1632 para actuar sobre la herencia del padre Cristóbal de Sayas, quien dejó a un esclavo de su propiedad (1). El texto dice:

Sepan cuantos esta carta vieren cómo nos(otros) los padres rectores y conventuales del colegio de san Pablo de esta ciudad de México conviene a saber el padre maestro fray Juan de Grijalva rector (…)

Es decir, fueron convocados por el rector y actuaron como testigos:

los padres fray Bernardino de Villafuerte vicerrector, fray Joan León vicario, fray Alonso Rodríguez, fray Antonio Carriedo, fray domingo Gutiérrez y fray Manuel de Armenta, todos moradores consultores del dicho colegio de san Pablo y religiosos presbíteros de la orden de nuestro padre de san Agustín, damos y en nombre de los demás religiosos presentes, ausentes y por venir por quienes prestamos voz y caución de rato grato, estando como estamos juntos y congregados a campaña tañida y habiendo hecho nuestra consulta como lo habemos de uso y costumbre para semejantes actos.

En suma, se pusieron cómodos para hacer la escrituración de un esclavo, de nombre Pablo, “que será de edad de veinte y dos años poco más o menos, natural de Cochin en la India de Portugal” que dejó en herencia fray Cristóbal de Sayas, maestro del colegio.

vendemos realmente y con efecto al padre fray Francisco de Concha, religioso presbítero de la dicha orden el dicho chino, el cual le vendemos por esclavo sujeto a servidumbre libre de empeño hipoteca obligación y de otra enajenación y sin lo asegurar de ninguna tacha o vicio ni defecto y en precio de doscientos y cincuenta pesos de oro común, que por el dicho esclavo nos ha dado y pagado en reales de contado, de que nos damos por contentos y entregados.

Se establece que el primer dueño conocido fue un cirujano llamado Bernardo de Gomara, quien vendió el esclavo al fallecido padre maestro fray Cristóbal de Sayas. El nuevo dueño, Francisco de la Concha era religioso agustino y Procurador del Colegio de San Pablo. El 18 de marzo de 1634 revendió al esclavo Pablo, esta vez a Lorenzo Pérez por 290 pesos. En dos años le ganó 40 pesos oro (2).

En agosto de 1634, Lorenzo Pérez transfirió los derechos sobre el esclavo Pablo a Sebastián de Benjumea, por la misma cantidad de 290 pesos (3).

El asunto volvió a aparecer el 26 de febrero de 1636, cuando Benjumea vendió nuevamente a Pablo, esta vez a Alonso de la Plaza, por la cantidad de 350 pesos oro. En el acta dice que el esclavo está libre de empeño o hipoteca; está sano de sus miembros y no es borracho, ladrón o huidor (4).

Mucho después, el 14 de diciembre de 1664, reaparece Pablo en otra acta donde el padre Juan de Burgos, de la casa de probación de Señora Santa Anna de la Compañía de Jesús vende “a un esclavo chino llamado Pablo, esclavo de esta casa y que ha estado sirviendo al dicho Colegio casi tres años de cocinero (…) al Colegio de San Pablo por la cantidad de 14o pesos.

El esclavo Pablo habría tenido en ese entonces 52 años. Su "precio" había bajado 210 pesos en 32 años.

____________________

(1) AGN. Ramo Historia. Vol. 407, fojas 251r – 252 r.

(2)Idem, Vol. 407, fojas 272 r.- 272 v.

(3) Idem, Vol. 407, fojas 266r-v

(4) Idem, Vol. 407, fojas 267 r 268 r.

(5) Idem.

lunes, 25 de mayo de 2009

Arroz

La hipótesis que aquí se señala es que espacios baldíos de la tierra caliente, en Guerrero y Michoacán, fueron utilizados por migrantes asiáticos para cultivar arroz desde finales del siglo XVII. El tema es complejo porque no sólo se trata del cultivo en sí de un cereal que aparente no tenía espacio entre los dos alimentos básicos de la población de aquel tiempo: el trigo que consumían los españoles y el maíz que es la base de la comida indígena. Es el hecho mismo de cultivar arroz, consumirlo en sus formas variadas, e incorporarlo de lleno en la dieta popular.
 
Porque, como se sabe, agricultura es cultura.

           La pregunta que se impone es: ¿cómo se introdujo el arroz a las costumbres culinarias de México?

 
 
La respuesta no es plenamente disponible por el momento. Aunque el arroz se consumía en Europa desde el medioevo, procedente de África (la especie Oryza glaberrima Steud), el cultivo extensivo en América pudo comenzar con la presencia asiática en costas del Pacífico americano. Los portugueses en el Caribe y en Brasil establecieron desde el siglo XVI arrozales que utilizaban mano esclava negra y hacia el siglo XVIII los ingleses preferían a los negros, hábiles en el cultivo del arroz en las zonas cálidas del sur de EUA (1). Pero esa es otra historia.

        En México, el cultivo del arroz y su preparación fue una adaptación a las variedades disponibles, escencialmente de arroz de cultivo seco, aunque también cabe la posibilidad de que se introdujeran algunas variedades de la especie de arroz asiático (Oryza sativa L) vía el Galeón de Manila.  

             La geografía de la región aledaña a Acapulco constituía un espacio propicio para tales cultivos, que además no estaba necesariamente en disputa con las poblaciones indígenas. Estudio científicos que permitan analizar el tipo de variedades del arroz originalmente cultivado en la zona arrojarán sin duda clarificaciones al respecto. Sólo habrá que añadir que al menos dos especies nativas de arroz silvestre (Oryza latifola Desv y Oryza alta Swallen) se han identificado en México, pero no se tiene noticia que hayan sido usadas como alimento [2].

Por lo pronto se puede constatar que el arroz ya se consumía en México desde el momento de la Conquista. El cronista Francisco López de Gómara informa que un soldado negro de Hernán Cortez sembró en un huerto tres granos de trigo que halló en un saco de arroz [3]. Lo importante de esta información es que el arroz era alimento de los marineros y soldados africanos, por lo que no es dable pensar que el cereal se importara desde Europa o Africa para alimentarlos, con costos demasiado elevados. No obstante, cultivarlo en asentamientos de negros en Veracruz, Oaxaca, Morelos o Guerrero implicaría también distraer ingente mano de obra. Asi que podríamos deducir que migrantes asiáticos, al inicio del siglo XVII, lo introducen en la costa del Pacífico porque era aconsejable cultivarlo en los períodos de inactividad entre la llegada de un galeón y otro. 

      El autor continúa: 
hacen su vino en muchas partes, del grano de arroz, humedeciéndolo y después cociéndolo al modo que la cerveza de Flandes o la azua del Pirú (Perú). Es el arroz comida poco menos universal en el mundo que el trigo y el maíz, y por ventura lo es más, porque ultra de la China y Japones (Japón) y Filipinas, y gran parte de la India Oriental, es en Africa Etiopía el grano más ordinario. En Europa y en Pirú y México, donde hay trigo, cómese el arroz por guisado o vianda, y no por pan, cociéndose en leche o con el graso de olla, y en otras maneras. El más escogido grano es el que viene de las Filipinas y China o, como está dicho. y esto baste asi en común para entender lo que en Indias se come por pan[4]
Alejandro, muchas gracias por la información para esta entrada.



[1] Robert L. Hall, Savoring Africa in the New World, en Herman J. Viola y Carolyn Margolis, Seeds of Change, Five Hundred years since Columbus, p. 161-169
[2] Germplasm Resources Information Network (GRIN) y CONABIO http://www.conabio.gob.mx
(3) Francisco López de Gomara, Historia de la Conquista de México, Porrúa, México, col. “Sepan Cuantos…” n. 566, 1988, capitulo CCXLV, p. 331. Del trigo y del molino.
[iv] Joseph de Acosta. Historia Natural y Moral de las Indias. FCE, México. Segunda edición, 1962, p173.

domingo, 24 de mayo de 2009

sedas y algodones

Como resultado del comercio transpacífico se utilizaron muchas palabras de los más variados orígenes que designaban la calidad de las telas de seda y algodón traídas de Asia, como la cambaya, una tela de algodón que se produce en Madrás, Bengala y al sur de la costa de Coromandel en la India. El canequí o caniquí, tela de algodón también de origen indio (original khanki). Los gorgoranes, telas de seda con cordoncillo. Los lampotes, o tela de algodón fabricada en Filipinas. De aquel archipielago llegaban los meriñaques o medraniques, tejido hecho con fibra de abacá (planta filipina de la familia de las musáceas) y servía para rellenar y esponjar los vestidos de las damas del virreinato. De China se traían las telas de algodón como el nanquín y de seda, o pequín y de alta calidad como el shangtun.

El consumo de textiles es característico de los cambios que se operaron en el comercio mundial en el siglo XVII y concretamente en los patrones de consumo de multitud de países en Europa, Asia y América, resultado principalmente de la expansión europea. Algunas sociedades lograron mantener su consumo local por cierto tiempo, aunque las élites adquirían para su distinción los productos importados. En Filipinas, los índigenas seguían confeccionando sus vestimentas con algodón cultivado localmente, mientras que los europeos y algunos índigenas acomodados compraban y usaban telas chinas. En ese país se utiliza la fibra de piña y de plátano para confeccionar tejidos de calidad que aún hoy se usan, el famoso Barong Tagalog, antecedente de lo que conocemos como guayabera.
¿Queda espacio para las maravillas?
Debido al espacio limitado del Galeón la carga se medía básicamente por cuotas o permisos que se repartían entre los comerciantes, a través de boletas. Lo que en apariencia es un sistema de reparto simple se convirtió en motivo de una amplia gama de trucos para colocar la mayor carga posible en el dichoso barco. Dice Schurtz que:
La mercancía era empaquetada con gran cuidado, generalmente labor de chinos. Las sedas eran plegadas muy compactas, para aprovechar al máximo el espacio disponible. Los españoles vieron que la habilidad de los empacadores chinos era uno de los medios más convenientes para exceder los límites que el permiso establecía. Un cofre preparado en Manila contenía el doble de un cofre preparado en España que tuviera el mismo tamaño, dijeron al Rey en 1748 los abogados de la península defendiendo los intereses del comercio local español. Un mulo -decían- no puede cargar dos cofres de algodones si fueron embaladas en Manila, pero sí puede con dos arcas de las mayores que hay en España (1).

Tomados al azar, el contenido y peso de algunas de las cajas en el galeón La Concepción en 1774 era: una con 250 piezas de tafetán de Cantón, color perla y con 72 piezas de gasa escarlata, pesaba cerca de 250 libras brutas. Un cofre con 1140 pares de medias pesó alrededor de 230 libras y otro con 9,564 peines de Lanquín unas 330 libras.

En Acapulco, los supervisores preferían no abrir los baúles procedentes de Asia, tanto por volver la vista y tolerar el contrabando, como por el riesgo de no poder volverlos a cerrar.
________________
(1) William Lyte Schurtz. The Manila Galleon, Dutton and Company Ed., New York, 1939, p 182.
El famoso Barong Tagalo. En México fue conocido por mucho tiempo como filipina y es antecedente de la guayabera.

sábado, 23 de mayo de 2009

Nahuatlismos en el Pacífico

Como resultado de la interacción comercial y política a lo largo y ancho del enorme oceáno Pacífico, a partir de la apertura de la ruta del galeón en el siglo XVI, decenas de pueblos sufrieron un intenso y contínuo intercambio de personas e ideas, en que terminaron por modificar sus propias lenguas.  
Los lingüistas describen el fenómeno de una manera que se antoja mágica. La lengua transmisora, primordial, fue el español, pero detrás de ella el náhuatl se convirtió en lengua emisora hacia las otras formas de comunicación en Filipinas y Micronesia. De esta forma, el náhuatl queda como lengua general transmisora en México; “en situación privilegiada para influir en el español al que dió numerosos préstamos y fue una de las lenguas que más palabras ha dejado en el español y, a través de éste, en otras muchas lenguas europeas y en las lenguas de los remotos territorios del Pacífico, integrante, en su momento, de la Corona Española” (1).


Dado que muchos de los marineros y soldados que viajaron a Filipinas tenían un origen campesino es muy probable que su idioma fuera indígena mexicano, por lo que sus costumbres y expresiones estaban salpicadas de palabras de diversos idiomas, principalmente en cuanto a los alimentos. El náhuatl  en particular, seguido de expresiones del Caribe, sirvió como lazos de contacto directos e indirectos. Español  sería la primera fuente; también el inglés sirvió para el intercambio. Un ejemplo de todo ello son los indígenas mexicanos, soldados en la Marianas (Guam) que terminaron perdiendo el español pero mantuvieron el náhuatl.  El náhuatl ofreció entonces sorprendentes líneas de comunicación entre idiomas de esas regiones; Filipinas (Tagalo e Ilocano) y a la mitad del Pacífico (el Chamorro de Guam).

 TAGALO             ILOCANO               CHAMORRO
 kakauates               kawkawati                       kakaguates 
 atol, atole               atole                                 atuli
 chocolate                chocolate                         no se conoce




Un caso  interesante es la voz náhuatl centli, que se perdió en el intercambio lingüístico con Filipinas, porque prevaleció  el antillanismo maiz. Lo mismo sucedió en México donde antes había muchas designaciones del cereal originario de Mesoamérica. En Filipinas, no cabe duda, se pide actualmente en  el mercado pina, sincamas  y sayotes.

_________________


Carmen-Paloma Albalá. "Nahuatlismos en las islas del Pacífico", en La Presencia Novohispana en el Pacífico Insular, Actas de las Primeras Jornadas Internacionales celebradas enla Ciudad de México del 19 al 21 de septiembre de 1989, Universidad Iberoamericana, México 1990. P. 37-46.

La ruta michoacana

Desgraciadamente, aparte de datos dispersos poco sabemos de la forma de vida de aquellos migrantes de Filipinas, sólo podemos constatar que el rico comercio transpacífico y el movimiento de personas generó un gran impacto en la imaginería popular.

No son sólo los marfiles y sedas que eran adquiridas por las clases altas, sino que la fascinación por el Oriente se reflejó también en los motivos chinescos que se fueron adentrando por ejemplo en el arte de las lacas michoacanas, o en motivos como la pila bautismal que se encuentra en el convento de San Francisco en Tajimaroa (hoy Ciudad Hidalgo) en Michoacán. En Quiroga también hay huellas de la Nao, la fachada de una de sus iglesias tiene incrustadas en la argamaza pedacería de porcelana. Tal pedacería era tan apreciada que servía para el intercambio, denominandolas chinitas, como moneda de cambio (1).

En los palacios de México se acumulaban marfiles y porcelanas chinas; la catedral metropolitana de la Ciudad de México adquirió la reja de su coro desde China, transportada por el galeón de Manila, así como el fascistol o altar central, hecho en Manila con tíndalo y ébano (2). Pero quizás tenía más relevancia el ritual anual de recibir al propio galeón y la feria de Acapulco que lo coronaba. Al puerto fluían comerciantes de México, Puebla, Guadalajara y Valladolid. Las piezas adquiridas en el puerto eran transportadas por “trenes de mulas” a los variados centros comerciales del país.

En el caso de Michoacán la ruta que seguían los comerciantes cubre una distancia de 131 leguas entre Valladolid (Morelia) y Acapulco, rápidamente recorridas para adquirir las mercancías en el puerto guerrerense. El galeón anunciaba su llegada a México en el puerto de Navidad, en lo que hoy es Jalisco, y se enviaba a un mensajero con el denominado “pliego de China” que por tierra, en razón de seis a ocho días llegaba a dar aviso y la lista de mercancías al propio Virrey en la Ciudad de México. A partir de ese momento comerciantes de todo el país se aprestaban a congregarse en Acapulco, de modo que cuando simultáneamente llegaba el Galeón al puerto comenzaba la Feria de Acapulco. Es sabido que en la escala de Navidad, y probablemente en otra escala clandestina en Huatulco, se descargaban mercancías no consignadas en la lista oficial, así como los esclavos no registrados.

En el caso de los comerciantes de Valladolid, estos seguían la siguiente ruta: venta de Correos, Pátzcuaro, Santa Clara de los Cobres, Ario, Hacienda de Tejamanil, Rancho de la Playa, Huacana, Cayaco, Hacienda de Oropeo, Hacienda de Casitas, Rancho de Ahuijote, Hacienda de Rosario, Hacienda de Cuito, Rancho Jazmín, Hacienda de Potrero, Rancho de la Parota, Hacienda de Potero, Rancho de las Animas, Rancho del Faisán, Hacienda de Guadalupe, Los Vallecitos, Hacienda de la Laja, Ixtapa, Zihuatanejo y Acapulco.

Las haciendas de Oropeo y de Guadalupe pertenecieron a Antonio de Anciola y Lavayen, español con residencia en Pátzcuaro, donde por cierto se encontraba la Real Aduana que revisaba el cargamento asiático. Junto con su hijo, Juan Ignacio, ambos poseían grandes recuas de mulas para llevar carga procedente de Oriente en el siglo XVIII (3).




1. Antonio Francisco Garabana, El Comercio de oriente en la Provincia Mexicana, Artes de México. El Galeón de Manila, No. 143, año XVIII, 1971, México.
2. Manuel Toussaint: Arte Colonial en México, México, Unam, 1962
3. Ibidem, Garabana.

jueves, 14 de mayo de 2009

Filipinos en Michoacán

En el antiguo Obispado de Michoacán es posible encontrar información sobre poblados en los que vivían chinos-filipinos, lo que confirma la importante mezcla étnica que sucedía en aquella época. De la amplia lista elaborada por Roberto León Alanis sólo tomamos aquellas poblaciones donde se menciona a los habitantes de “otras razas” o no-definidos, pero que la propia fuente identifica como filipinos. Cabe señalar que en el cuadro se encuentran algunas de las poblaciones más pobres de la región como Petatlán y Pitzandaro -dominadas por trapiches y grandes latifundios cacaoteros.

La estadística confirma que la mayoría de la población estaba compuesta de indios, y que el segundo grupo más importante era el español, minoritario pero dominante, pues controlaba sobre todo la tierra por medio de mercedes y otros recursos legales de la época.

En el cuadro se muestra cómo en el caso de Cajitlán existían 58 españoles y se pueden encontrar 23 filipinos, una proporción importante por ser individuos de los que muy poco se habla y, mucho menos acerca de su desempeño o el trato que tuvieron en México en la sociedad colonial. Otro caso importante es el de Petatlán en donde se encuentran 60 españoles y los filipinos constituyen poco mas de la mitad (38) de ese grupo. El caso mas notable es el de de Tecpan en el que la cantidad de filipinos (91) rebasa la cantidad de españoles que son 62. Lo mismo sucede en Zitácuaro donde se registran 19 españoles y 82 filipinos.

La presencia filipina debió ser bastante notoria, puesto que se mezclaron o emparentaron con las familias habitantes de este lugar y como muestra el cuadro ellos forman parte de las tres primeras capas poblacionales de las seis mencionadas.

Composición étnica de la población en los partidos del obispado de Michoacán en 1680-1681

( en número de personas bautizadas, de 7 años en adelante)

Partido

Indios

Españoles

Mestizos

Negros

Mulatos

Filipinos

Apatzingán

62

37

56

4

36

1

Cajitlán

252

58

78

3

52

23

Cuseo

735

36

127

3

6

6

Petatlán

46

60

38

38

88

38

Pintzándaro

59

33

210

2

265

1

San Luis Potosí

2812

1472

579

181

738

2

Tancítaro

443

12

48

1

12

1

Tecpan

997

62

34

0

171

91

Urecho

35

12

9

13

40

1

Zitácuaro

1796

19

179

0

2

82

Fuente: Ricardo León Alanis. El Obispado de Michoacán en el siglo XVII, un análisis global a partir de cuatro descripciones generales, en Novahispania, 2. UNAM, México, 1996, pp.211-281.