Una invitación para conocer la historia del Galeón de Manila, su cultura y su impacto en Filipinas y en América.

martes, 31 de julio de 2018

De Cavite a Acapulco, 1678


Damos paso a la crónica de Pedro Cubero, en el capítulo 45 en que cuenta la travesía de Filipinas a Acapulco. En este texto ofrece una interesante descripción  del viaje marítimo más largo e incierto de la época. Esta es una versión modernizada con la ortografía contemporánea en español. Al final del texto se citan algunas palabras poco conocidas en la actualidad. En la próxima entrada de este blog publicaré el capítulo 46 con la descripción de Acapulco.

Invito a los lectores a disfrutar el ritmo de la narración y escuchar las voces de los pasajeros y de la naturaleza. Es interesante constatar que el viajero considera el Océano Pacífico como un archipiélago. El autor utiliza varias veces paréntesis para explicar sus ideas; mis anotaciones están en paréntesis cuadrados.




Pedro Cubero Sebastián, 1645-1700
(Fuente:Wikipedia, dominio público)

Capitulo XLV
Cuenta el autor la dilatada y penosa navegación desde las islas Filipinas al puerto de Acapulco, con lo más notable de ella. 

"Despidiéndome del Dean y Cabildo de la Santa Iglesia de Manila, y del señor Gobernador, de los padres provinciales de las cuatro religiones que hay en Filipinas, y juntamente de todos los caballeros y ciudadanos de aquella corte, de quienes había recibido particulares agasajos (que no se les puede negar ser afables y benévolos para con los peregrinos) me embarqué en la carraca capitana de Filipinas San Antonio de Padua, cuyo Capitán General era don Felipe Montemayor y Prado, hijo del Gobernador.

Salimos de Cavite el dia de San Juan Bautista a 24 de junio a las cinco de la mañana y desembocando por la estrecha canal de Marivelez, con prospero viaje llegamos al puerto de Tycao.  Y esperando la cola del vendabal a 15 de julio desembocamos por San Bernardino, y a los 20 [días], habiendo navegado 250 leguas, estando en 16 grados, a las 11 de la noche pasó un globo por encima de nuestro galeón, a manera de una exhalación tan grande, a nuestro parecer, como una tinaja, con tanta claridad que alumbró todo el combés, siendo de noche, con que los del galeón se comenzaron a atemorizar y el piloto mandó luego aferrar los paños [las velas]. Y a las doce de la noche nos entró un tiempo por el sudeste, que nos obligó  a echar los masteleros abajo y fuimos corriendo con el trinquete camino nordeste, cuarta al norte, y [el viento] entró tan furioso que nos obligó por los grandes balances del galeón a arriar abajo la verga mayor.

Duraría el tiempo cuarenta y ocho horas, que fuimos pidiendo a Dios misericordia, sólo con un trinquete, y caminaría con él solo 26 leguas. Abonanzó el tiempo y al otro día, a 28 hasta 29, habiendo alargado la mayor 22 leguas, el día 29 del dicho mes, observamos el sol y nos hallamos en altura de 18 grados y 33 minutos desde 29 hasta 30 anduvo la nao 15 leguas al nordeste, cuarta leste y este día dimos vista a las islas de los Ladrones (hoy las Marianas). 

Sábado a las dos de la tarde, habiendo caminado desde las Filipinas 338 leguas por altura de 19 grados, donde conocimos que la isla que vimo en la banda norte era redonda a manera de volcán la de la parte del sur tendida de norte a sur y tajada por la parte del norte. Y a los últimos del mes ibamos passando por entre las dos islas con poco viento sudeste, al camino del nordeste, en altura de 19 grados y 11 minutos. Y de las dichas islas fuimos prosiguiendo nuestro viaje, que comenzó desde los primeros de agosto y hasta el seis del dicho mes, no perdimos las islas de vista al rumbo del nordeste.

[Terrible tormenta]

A 22 de octubre, habiendo navegado desde las Filipinas 866 leguas en altura de 34 grados, nos hallamos poco adelante de Doña Maria Lázara. Este día nos entró a las once del día un furioso temporal por duseste. Mandó el polito echar abajo los masteleros, las vergas mayores, aferrar todas las velas y que se pusiera a la jarcia del trinquete la boneta. Y  a la una del día se obscureció de tal manera y se entoldó el cielo que parecía ser de noche. Calmó un poco, que es la peor señal, que puede haber temporal. El agua de la mar estaba caliente; todas señales del furioso baxio deshecho, que nos entró a las tres de la tarde. Comenzó la tempestad tan furiosa, que todos los del galeón se confesaron conmigo, hasta el piloto, y me dijo después de haberse confesado, a mí a solas, por no afligir a los de la nao: Señor Padre, muchas mares he navegado, pero en mi vida he visto tal temporal y baxio de desecho.

En fin, entró tan horrible que yendo corriendo el galeón con la boneta, las olas entraban por el medio del combés de una y otra parte: y algunas de ellas por la popa, con tal estrépito y ruido, que cada ola que daba al costado de la nao parecía una pieza de artillería. La noche tan lóbrega y obscura, que parecía un profundo caos.

Pidiéronme todos los de la nao que conjurara y yo lo hice de muy buena gana, habiéndoles exhortado que todos hiciesen un acto de contrición de todo corazón, pidiendo a Dios misericordia de sus pecados, porque allí no había más remedio que el de Dios.

Dos balances dió el galeón por la proa, en que se sumergió todo el árbol del bauprés, que llegó el agua hasta la mitad del combés. Comenzaron todos a gritar: Misericordia, Señor, misericordia. Y pidiéndome la absolución, confesaron a voces sus pecados y echándoles la obsolución general, los animé. Allí era el llanto, allí las lagrimas y sollozos. Duró el temporal ochenta horas y quedaron todos los de la nao tan atemorizados que en muchos días andaban temblando como si fueran azogados. 

Aquella noche eché una reliquia de Lignum Crucis a la mar, a petición del General, del que yo traía, que me había dado su Santidad. Y lo restante de Lignum Crucis, juntamente con una reliquia del cuerpo de San Francisco Xavier, la pusimos atada a la boneta del correr, que venía atada a la jarcia, con otras muchas reliquias que le pusimos, porque en este furioso temporal, después de Dios, sólo en aquella boneta consistía el librarse el galeón de aquella tempestad tan furiosa.

Mas como el alto y poderoso señor es padre de misericordia y como dice el Profeta: Nolo mortem peccatoris, fed amplius, ut ad me convertantur & vivat [1]; con su infinita bondad y misericordia, siendo el que predomina sobre todos los elementos, los apaciguó y fue servido de librarnos de tan furiosas soberbias y profundas olas.

Amaneció el dia 4 alegre y sereno el cielo y llamando a todos los de la nao en alta voz les dije que fuésemos a dar gracias al alto y omnipotente Señor y a la sacratísima Reina de los Ángeles, María Señora nuestra, consuelo de los afligidos y madre de los pecadores. Y vinieron todos los de la nao, y dando infinitas gracias a Dios, cantamos el Te Deum laudamus.

Aquel dia les hice una plática en hazimiento [acción] de gracias, con que desechando el horroroso pavor de nuestro corazones confiados en la infinita bondad de su Divina Majestad y en la protección de la Serenísima Reina de los Cielos. Proseguimos con alegría y regocijo nuestro viaje.

Una cosa particular reparé en este archipiélago, que engolfados en alta mar, con haber alguna tempestades, nunca oímos truenos. En esta tempestad con la boneta de correr, anduvo la nao más de 50 leguas, camino del este y del nordeste. 

[Las señas]

A 27 de noviembre, como entre ocho y nueve de la mañana, en altura de 37 grados largos, habiendo navegado desde las Filipinas 1,330 leguas con varia fortuna descubrimos las señas. Y pues parece toca a mi obligación el explicar que cosa son estas señas, lo haré de buena voluntad.

El galeón, que viene desde las islas Filipinas (que es lo mismo que decir de la última parte de Asia a otra parte del mundo, que es la América) es único, y solo por aquel tan grande archipiélago que llaman de San Lázaro, que es el mayor del mundo. 

Y es cierto que la poderosa mano del Señor es la que lo gobierna y assi al partir todos los que van en él dicen en alta voz como si se echaran casi a morir: En vuestras manos, Señor, nos encomendamos. Cuidado vuestro ha de ser esta mísera barquilla, que se expone a navegar este tan dilatado archipiélago y todo este tiempo no se ve otra cosa que cielo y agua, hasta llegar a reconocer las señas, que parece que la divina providencia allí las depara, para que el galeón no se pierda, yendo a varar con la tierra. 

Estas señas lo son de haber ya pasado el golfo del archipiélago y hallarnos a cincuenta o sesenta leguas de la tierra firme de la Nueva España, porque tanto salen a la mar.

Llámanles los marineros porras, porque son unas raíces coloradas, a manera de penca de palma y vienen sobre la mar, arrojadas de aquelos caudalosos rios que salen de aquella tierra incógnita de la Nueva España, que está treinta y ocho a cuarenta grados corriendo la cordillera de la costa de California al norte.

Estas hojas y raices, cuanto mas nos vamos llegando a tierra, vienen junta en cantidad y los marineros las llaman balsas. Encima de éstas vienen unos pescados a manera de monillos, que los marineros llaman Lobillos [2], y por mis mismos ojos los vi y juegan encima de las balsas, que tanta alegría causa a los navegantes de aquel galeón, más que el día que llegan al puerto, porque desde el día que se descubren hasta el puerto de Acapulco no hay que recelarse de tempestad, porque vamos ya guardados de la costa.

[Mortandad]

Aunque entonces es la mayor mortandad de la gente del galeón, proque todos los que vienen tocados del berben, o mal de Luanda [3], que son los achaques más pestíferos, que dan en aquella navegación y luego disentería, raro es el que escapa. 

Y allí nos sucedió echar tres o cuatro muertos al agua cada día. De tal manera, que en menos de quince días echamos  noventa y dos muertos. Con que ajustado el viaje (sin los que se nos murieron en Acapulco, que fueron nueve) de cuatrocientas personas, que vendríamos con marineros y grumetes, llegamos ciento y noventa y dos. Y muchos de ellos tan achacosos, que en muchos días no volvieron a restaurar la salud. 

Con que puede inferir el piadoso lector, que esta navegación tan dilatada ya por las tempestades tan horrendas, pues rara es la semana que en el archipiélago no la teníamos, ya por los achaques tan incógnitos que dan, ya por la putrefacción de los bastimentos, sólo los ángeles la pueden hacer. 

Y si no es ayudados de la misericordia de Dios, raro es el galeón, como le sucedió a la Victoria, estar un año en la navegación (y no la Victoria de Sebastián Cano, que dio vuelta al mundo, sino la que se perdió navegando a Ternate) y llevar nueve personas, que para virar a las velas, las viraban con el cabestrante y el general que iba en este galeón, aún lo vi yo en Manila, que se llamaba Francisco García del Fresno, que me contó tantas cosas de este viaje, que yo me quedé asombrado. Y me aseguró que las furias le habían conjurado en aquella navegación. Y que en una tempestad, entre otras muchas, que tuvieron una ola lo arrebató del combés y lo sacó fuera del galeón. Y que otra lo volvió a meter dentro (cosa que parece increíble, a no hallarle aún testigos vivos, que lo vieron y se hallaron en aquella navegación.)


[El tribunal de los marineros]

El día que se descubren las señas, los marineros vestidos ridículamente hacen un tribunal y traen presos a toda la gente de más importancia del galeón, comenzando desde el general, y a cada uno le toman su residencia de lo que ha pasado, y haciéndole cargo le echan la condenación, según la persona, con que es un día para todos de mucha fiesta. 

Al general le acumulaban que no quería dar licencia para que se abriese el escotillón para sacar agua, con lo que los había hecho padecer sed.  Al sargento mayor (que también era doctor), que había derramado mucha sangre humana, porque había hecho sangrar más de doscientas personas. Al piloto, que siempre andaba a pleitos con el sol. A mi, que sentado en una fila siempre les andaba reprendiendo. Y que era el Lazarillo de la muerte, porque al que bajaba a visitar entre puentes de debajo la cubierta, al otro día lo echaban por la banda. Con lo que luego nos condenaban y sentenciaban: uno, que diese chocolate, otro biscocho, otro dulces, otro otras cosas diferentes. Dígolo ésto para que se vea con cuánta alegría se celebra el dia que se descubren las señas.

Fuimos prosiguiendo nuestro viaje, en 28 del dicho, en altura de 37 grados y 6 minutos. Fuimos navegando para atracar la tierra, camino del sudeste, y encontramos muchas balsas (que es lo que ya tengo explicado) y en 29 del dicho [mes], avistamos tierra de la Nueva España, que eran unos montes blanquizcos y muy altos, sin árboles, y la tierra estaba en altura de 36 grados y 29 minutos. Y a los 5 de diciembre, hallándonos en altura de 29 grados y un tercio, avistamos una isla, que llaman de los Cedros, que es redonda, a manera de un pan de azúcar y muy amena de grandes y frondosos árboles, pero despoblada.

Está frontero de la boca de California y no la pasamos por la parte de adentro, entre la tierra firme y la isla, por haber poco fondo y ser poco prácticos, pero a 11 de dicho mes avistamos tres torreones que están en altura de 25 grados y los dejamos por la popa a las tres de la tarde. Y fuimos gobernando al sudeste, prolongando la tierra y costeando hasta los 20 (días), que nos hallamos en altura de 19 grados, y allí echamos la lancha al agua para echar el pliego (anuncio de llegada) en el puerto de la Navidad.

Fue con el pliego un capitán vizcaíno, llamado Ioseph Ibarolaza (de este puerto cuentan haber salido Fernando Magallanes al descubrimiento de las Filipinas), a México al señor Virrey, dándole noticia de nuestra llegada a la Nueva España. [4]

Yo le escribó dándole cuenta por mayor de mi llegada a aquel puerto y que su Excelencia dispusiera de mi persona lo que fuera servido, y me respondió su Excelencia al puerto de Acapulco, del tenor siguiente:

"Señor Don Pedro Cubero Sebastián. La prisa con que me es fuerza despachar este correo no me da lugar a más que decir a V.m. (que) he recibido su carta de 20 del mes antecedente (diciembre de 1678). Con relación en ella de las peregrinaciones de V.m. hasta su llegada a este puerto de Acapulco, hallándome enterado de lo que V.M. me dice y con cuidado para todo lo que pueda ofrecerse a la persona de V.m. en que con brevedad se tomará resolución.  Y deseando yo todo lo que pueda ser del consuelo de V.m a quien guarde nuestro Señor muchos años, como deseo. Mexico a 15 de enero de 1679. Servidor de V.m. Fray Payo (de Ribera), Arzobispo de México."

Habiendo la lancha echado en tierra en el puerto de la Navidad al capitán del pliego, volvió a bordo del galeón y nos trajo un muy buen refresco de terneras, pan, queso, limones y otras diversas frutas con que fuimos prosiguiendo nuestro viaje, siempre costeando la tierra, aunque caminabamos poco por amor de las calmas. Pasamos unos montes muy altos, a manera de órganos, que les llaman los Motines. Luego se vé la playa de Coynca. En este mar encontramos una ballena muy grande muerta, que iba sobre aguada. También hallamos muchas tortugas y muy grandes; y dando infinitas gracias al omnipotente y soberano Dios creador de cielo y tierra, que nos libró de tantos peligros, a 8 de enero a las diez del día, dimos fondo en el puerto de Acapulco, habiendo caminado desde las Filipinas 4,000 leguas."




Azogado: Dicho de una persona.  Que se azoga por haber absorbido vapores de azogue. RAE.
Baxio desecho: Término marinero que no identifico, parece ser la palabra tagala bagyo para referirse al tifón.
Boneta: Paño que se a;ade a algunas velas para aumentar su superficie. RAE
Combés:  Espacio en la cubierta superior desde el palo mayor hasta el castillo de proa. RAE
Escotillón: Puerta o trampa cerradiza en el suelo. RAE.
Lignum Crucis: (Lat) Astillas de la cruz de Jesucristo.
Mastelero: Palo o mástil menor que se pone en los navíos y demás embarcaciones de vela redonda sobre cada uno de los mayores, asegurado en la cabeza de este. RAE
Trinquete: Verga mayor que se cruza sobre el palo de proa. RAE



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[1] Ezequiel 33: 11.  "Que no quiero la muerte del que muere, dice el Señor Jehová, convertíos pues, y viviréis."
[2] Zalophus californianus.
[3] Escorbuto. 
[4] La expedición de Fernando de Magallanes salió de Sevilla y regresó al mismo puerto.