Bajaban al puerto los fardos del galeón y con ellos los nuevos habitantes y sus costumbres, sus palabras. El puerto es el destino para algunos, una nueva casa en el otro lado del mar y, si la suerte los acompaña, el regreso al terruño para muy pocos de los viajeros.
Existe una profesión muy noble, la paleografía, que nos ayuda a entender a aquellos de nuestros ancestros que dejaron testimonio escrito de sus viajes y de sus andanzas. Sin los paleógrafos apenas entenderíamos un mínimo de aquellos relatos que están escritos en Español. Pero además del testimonio escrito, se hace necesaria una interpretación del sentido de las palabras; de cómo se hablaba en una época y en un lugar.
Lo más sorprendente es que ese idioma, rico y cambiante, ya tenía sus críticos hace cuatro siglos, que se motraban molestos por la forma de hablar de los tripulantes de los barcos que surcaban el Atlántico rumbo a América y, desde México, con destino a las Filipinas. Una queja parecida a la que ahora se hace ante tantos cambios impuestos por la tecnología del "punto com".
Ya en 1539 uno de los primeros viajeros que atravesó el Atlántico se quejaba “del bárbaro lenguaje que hablan en las galeras” o galeones, pues lo marineros tenían un modo de comunicarse tan extremado como su propia manera de vivir. Uno de estos viajeros, Fray Antonio de Guevara, dejó por escrito sus observaciones acerca de un viaje a América (1). El mareado (tanto por hacerse a la mar como por perder el equilibrio) hace una ocurrente lista de palabras que ya resultaban incomprensibles para un hombre común en la España del siglo XVI pues esa es “la jerigonza que hablan en la galera” y agrega:
...la vida de la galera dela Dios a quien la quiera.
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[1] Fray Antonio de Guevara. De muchos trabajos que se pasan en las galeras, 1539. En Pasajeros de indias, de José Luis Martinez, Alianza Editorial, México, 1984
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