Una invitación para conocer la historia del Galeón de Manila, su cultura y su impacto en Filipinas y en América.

viernes, 10 de agosto de 2018

Una mirada a Acapulco, 1679


Continuamos transcribiendo el capítulo 46 de la crónica del viaje alrededor del mundo de Pedro Cubero. Después de narrar su tormentoso viaje desde Filipinas, el misionero describe Acapulco, la puerta de entrada a la Nueva España, y se puede advertir la desilusión que le produce ver el famoso puerto.  La travesía del Pacífico duró más de seis meses, del 24 de junio de 1678 al 8 de enero de 1679.  Permaneció cuatro meses en Acapulco y sus impresiones son interesantes al mostrar la vida del importante puerto, donde aparecen misioneros, soldades prisioneros y gente de toda la Nueva España.  

El misionero no hace referencia a los viajeros que venían de Filipinas y que desde aquella época comenzaron a vivir en los alrededores de la laguna de Coyuca.

Extrañamente, no pasó por la Ciudad de México, sino que siguó una ruta difícil por centro sur de la capital, por lo que llegó a Atlixco, Tlixco en su relato. Cabe pensar que el virrey obispo no deseaba que ojos curiosos, en camino a España, se entrometieran en los asuntos del virreinato, razón por la que hizo esperar al misionero tanto tiempo en Acapulco y lo despachó directo, pero muy cordialmente, hasta Veracruz.

Utiliza el término "naciones" para describir acertadamente la variedad de pueblos que componían el reino, a todos los cuales ahora llamamos "mexicanos".



 Nova Hispania et Nova Galicia, Gerard Valk y Peter Schenk. 
Holanda, siglo XVII.


Capítulo XLVI 

Llega el autor al puerto de Acapulco, tierra de la Nueva España: descríbelo y cuenta lo que en él le pasó.

Es uno de los mas hermosos puertos del mar del Sur: celebre por el galeón, que viene alli de Filipinas. Es muy seguro para las naos, porque se puede cerrar con una cadena, y por gran tempestad que haya, el galeón está muy seguro porque es una badia [¿bahía?] rodeada toda de montes alrededor. Tiene una muy buena fuerza que está frontero de la misma entrada y cuando llegamos era Castellano de ella don Diego Polo Navarro. (1)

El lugar es pequeño y de malisimo temple, sus habitadores son negros a manera de cafres, la tierra tosca y estéril, seca de agua, que no tiene más que la de los pocos.  Y esa mala [agua] por ser pesada y salobre, bien que a poca distancia hay una fuentecilla muy tenue, que apenas echa un hilo de agua, que le llaman el Chorrillo, que para llenar una botija es menester dos horas. En medio la plaza hay una iglesia pequeña que es la parroquia.  Hay dos hermitas, una de San Francisco y otra de San Nicolás, y esto es lo que tiene el celebrado puerto de Acapulco. Sobre ser tan caluroso, por no bañarle los vientos, que no se puede asistir en él y entrando el invierno que allá llaman es tan tempestuoso de truenos, relámpagos y rayos, que es horro el habitar en él. 

Aqui estuve detenido, hasta que me viniera orden del excelentísimo señor don Fray Payo de Ribera, Arzobispo de México y virrey de la Nueva España en casa de un paisano mío que era contador y oficial real de su majestad, llamado Don Martín Calvo, que me hizo mucha merced y agasajo, más de cuatro meses que estuve allí. 

En el tiempo en que está la nao en el puerto hay mucho tráfago; y aquel año que yo estuve, mucho más, porque habían llegado cuatro misiones de padres de diversas religiones, que en todos eran ciento y cuarenta y dos, cuyos comisarios eran: de la orden de San Francisco, el padre Fray Matheo Vayon; de la de Santo Domingo, el padre Fray Juan Villalba, y de la de los Padres de la Compañía de Jesús, el padre Salgado. Todas estas cuatro misiones llevaban insignes varones, de muchas letras y virtud para las misiones de China y todos se embarcaron en este galeón San Antonio en que yo vine. 

Vienen también de México muchos soldados, que allá se levantan para Filipinas, y muchos forzados, que por diversos delitos los echan allá.(2) Todos estos se embarcaron en el galeón y a los últimos de marzo, Jueves Santo por la tarde, se dieron a la vela, y siguieron su viaje para Filipinas; y yo estuve allí esperando la orden del señor Virrey.

En este tiempo murió el Vicario de Acapulco, con que el señor Arzobispo me envió una orden para que asistiera a aquella cristiandad, hasta que proveyera, y yo obedeciéndole, lo puse en ejecución, predicándoles todos los más días de la Cuaresma, confesándolos y administrándoles los demás Sacramentos, porque en aquel tiempo acude allí mucha gente de diversas naciones de toda la Nueva España. Puse paz y aquieté muchas discordias y pesadumbres, que por particulares disgustos entre el Castellano y los Oficiales Reales se habían originado.  

A los primeros de mayo me vino una carta del Excelentísimo señor Obispo, Virrey, dándome un muy buen socorro y juntamente orden para que me partiera a la Veracruz, como lo hice. La carta era del tenor siguiente:



Bien puede creer V.M. (Vuestra Merced) que he deseado su despacho, pero la ocurrencia de negocios, y no haber llegado la oportunidad de tiempo han ocasionado el no haberle hecho hasta ahora, y en esta ocasión remito despacho a los Jueces, Oficiales Reales de ese puerto de Acapulco, para que liberen y den a V.M. quinientos pesos para su viaje hasta la Vera-Cruz, donde se le han de dar a V.M. otros quinientos pesos para su pasaje a España, en conformidad de otro despacho, que se emnviará a los Jueces, Oficiales Reales de dicho puerto de la Vera-Cruz, y también otro despacho remitido al General de Flota, para que lleve a V.M. a España. Guarde Dios a V.M. muchos años. México a quince de mayo de seiscientos y setenta y nueve. Fray Payo, Arzobispo de México. Señor Licenciado Don Pedro Cubero Sebastián.

Recibido este despacho, me despedí del Castellano de Acapulco, Jueces y Oficiales Reales y de otras personas de mi obligación y me partí para Veracruz, aunque con mucho riesgo y peligro de la salud, por haber entrado las aguas, y allí ser muy dañosas, y yo no con muy demasiada salud, porque no hay otra cosa, que barrancos, montes, peñascos  y despeñaderos, de los más profundos que hay en el mundo. Y puedo asegurar que lo que es hasta llegar a Trisco [¿Atlixco?], es uno de los más asperos caminos de todos cuanto he caminado y tan tempestuso. Como ya habían entreado las aguas, que raro era el día que no me cogía en el camino tempestado de truenos, relámpagos, rayos y agua. Y lo que reparé es que las tempestados en la Nueva España siempre son por la tarde.

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(1) Castellano, capitán del puerto.

(1) Ver los trabajos sobre soldados y reclutas, reseñados en este blog en 2009. Luis Muro  y María Fernanda  García de los Arcos.