Como resultado del comercio transpacífico se utilizaron muchas palabras de los más variados orígenes que designaban la calidad de las telas de seda y algodón traídas de Asia, como la cambaya, una tela de algodón que se produce en Madrás, Bengala y al sur de la costa de Coromandel en la India. El canequí o caniquí, tela de algodón también de origen indio (original khanki). Los gorgoranes, telas de seda con cordoncillo. Los lampotes, o tela de algodón fabricada en Filipinas. De aquel archipielago llegaban los meriñaques o medraniques, tejido hecho con fibra de abacá (planta filipina de la familia de las musáceas) y servía para rellenar y esponjar los vestidos de las damas del virreinato. De China se traían las telas de algodón como el nanquín y de seda, o pequín y de alta calidad como el shangtun.
El consumo de textiles es característico de los cambios que se operaron en el comercio mundial en el siglo XVII y concretamente en los patrones de consumo de multitud de países en Europa, Asia y América, resultado principalmente de la expansión europea. Algunas sociedades lograron mantener su consumo local por cierto tiempo, aunque las élites adquirían para su distinción los productos importados. En Filipinas, los índigenas seguían confeccionando sus vestimentas con algodón cultivado localmente, mientras que los europeos y algunos índigenas acomodados compraban y usaban telas chinas. En ese país se utiliza la fibra de piña y de plátano para confeccionar tejidos de calidad que aún hoy se usan, el famoso Barong Tagalog, antecedente de lo que conocemos como guayabera.
¿Queda espacio para las maravillas?
Debido al espacio limitado del Galeón la carga se medía básicamente por cuotas o permisos que se repartían entre los comerciantes, a través de boletas. Lo que en apariencia es un sistema de reparto simple se convirtió en motivo de una amplia gama de trucos para colocar la mayor carga posible en el dichoso barco. Dice Schurtz que:
La mercancía era empaquetada con gran cuidado, generalmente labor de chinos. Las sedas eran plegadas muy compactas, para aprovechar al máximo el espacio disponible. Los españoles vieron que la habilidad de los empacadores chinos era uno de los medios más convenientes para exceder los límites que el permiso establecía. Un cofre preparado en Manila contenía el doble de un cofre preparado en España que tuviera el mismo tamaño, dijeron al Rey en 1748 los abogados de la península defendiendo los intereses del comercio local español. Un mulo -decían- no puede cargar dos cofres de algodones si fueron embaladas en Manila, pero sí puede con dos arcas de las mayores que hay en España (1).
Tomados al azar, el contenido y peso de algunas de las cajas en el galeón La Concepción en 1774 era: una con 250 piezas de tafetán de Cantón, color perla y con 72 piezas de gasa escarlata, pesaba cerca de 250 libras brutas. Un cofre con 1140 pares de medias pesó alrededor de 230 libras y otro con 9,564 peines de Lanquín unas 330 libras.
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(1) William Lyte Schurtz. The Manila Galleon, Dutton and Company Ed., New York, 1939, p 182.
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