Desgraciadamente, aparte de datos dispersos poco sabemos de la forma de vida de aquellos migrantes de Filipinas, sólo podemos constatar que el rico comercio transpacífico y el movimiento de personas generó un gran impacto en la imaginería popular.
No son sólo los marfiles y sedas que eran adquiridas por las clases altas, sino que la fascinación por el Oriente se reflejó también en los motivos chinescos que se fueron adentrando por ejemplo en el arte de las lacas michoacanas, o en motivos como la pila bautismal que se encuentra en el convento de San Francisco en Tajimaroa (hoy Ciudad Hidalgo) en Michoacán. En Quiroga también hay huellas de la Nao, la fachada de una de sus iglesias tiene incrustadas en la argamaza pedacería de porcelana. Tal pedacería era tan apreciada que servía para el intercambio, denominandolas chinitas, como moneda de cambio (1).
En los palacios de México se acumulaban marfiles y porcelanas chinas; la catedral metropolitana de la Ciudad de México adquirió la reja de su coro desde China, transportada por el galeón de Manila, así como el fascistol o altar central, hecho en Manila con tíndalo y ébano (2). Pero quizás tenía más relevancia el ritual anual de recibir al propio galeón y la feria de Acapulco que lo coronaba. Al puerto fluían comerciantes de México, Puebla, Guadalajara y Valladolid. Las piezas adquiridas en el puerto eran transportadas por “trenes de mulas” a los variados centros comerciales del país.
En el caso de Michoacán la ruta que seguían los comerciantes cubre una distancia de 131 leguas entre Valladolid (Morelia) y Acapulco, rápidamente recorridas para adquirir las mercancías en el puerto guerrerense. El galeón anunciaba su llegada a México en el puerto de Navidad, en lo que hoy es Jalisco, y se enviaba a un mensajero con el denominado “pliego de China” que por tierra, en razón de seis a ocho días llegaba a dar aviso y la lista de mercancías al propio Virrey en la Ciudad de México. A partir de ese momento comerciantes de todo el país se aprestaban a congregarse en Acapulco, de modo que cuando simultáneamente llegaba el Galeón al puerto comenzaba la Feria de Acapulco. Es sabido que en la escala de Navidad, y probablemente en otra escala clandestina en Huatulco, se descargaban mercancías no consignadas en la lista oficial, así como los esclavos no registrados.
En el caso de los comerciantes de Valladolid, estos seguían la siguiente ruta: venta de Correos, Pátzcuaro, Santa Clara de los Cobres, Ario, Hacienda de Tejamanil, Rancho de la Playa, Huacana, Cayaco, Hacienda de Oropeo, Hacienda de Casitas, Rancho de Ahuijote, Hacienda de Rosario, Hacienda de Cuito, Rancho Jazmín, Hacienda de Potrero, Rancho de la Parota, Hacienda de Potero, Rancho de las Animas, Rancho del Faisán, Hacienda de Guadalupe, Los Vallecitos, Hacienda de la Laja, Ixtapa, Zihuatanejo y Acapulco.
Las haciendas de Oropeo y de Guadalupe pertenecieron a Antonio de Anciola y Lavayen, español con residencia en Pátzcuaro, donde por cierto se encontraba la Real Aduana que revisaba el cargamento asiático. Junto con su hijo, Juan Ignacio, ambos poseían grandes recuas de mulas para llevar carga procedente de Oriente en el siglo XVIII (3).
1. Antonio Francisco Garabana, El Comercio de oriente en la Provincia Mexicana, Artes de México. El Galeón de Manila, No. 143, año XVIII, 1971, México.
2. Manuel Toussaint: Arte Colonial en México, México, Unam, 1962
3. Ibidem, Garabana.
1 comentario:
Publicar un comentario