Una invitación para conocer la historia del Galeón de Manila, su cultura y su impacto en Filipinas y en América.

martes, 10 de noviembre de 2009

Productos y costumbres

Clavos de olor

La curiosidad de los crónistas lusitanos y españoles del siglo XVI tiene siempre algo de ingenuo y enriquecedor. Inmersos como estaban en el espacio medieval, observaron con asombro un mundo extremadamente complejo. Sus testimonios han sido fuente invaluable de generaciones de antropólogos e historiadores de la cultura. En el texto de Pigafetta vale rescatar sus observaciones sobre los frutos de la tierra y las costumbre de los habitantes de las islas de la especiería.

El 17 de noviembre de 1521, domingo, bajó a tierra para examinar el árbol del clavo (Syzygium aromaticum), y ver cómo se produce el fruto.

He aquí lo que observé: tiene una gran altura y su tronco es de grueso como el cuerpo de un hombre, más o menos, según su edad; sus ramas se extienden mucho hacia el medio del tronco, pero en la copa forman una pirámide; su hoja se asemeja a la del laurel, y la corteza es de color aceitunado; los clavos nacen en la punta de las ramitas, en grupos de diez a veinte; dan más fruto en un lado que en otro, según las estaciones; los clavos son al principio blancos, al madurar rojizos y al secarse negros; se cosechan dos veces al año, la primera por Navidad y la segunda por San Juan, esto es, poco más o menos, hacia los dos solsticios, estaciones en que el aire es más templado en este país, que en el solsticio de inverno es más cálida porque el Sol está entonces en el cenit.
Cuando el año es cálido y hay poca lluvia, la cosecha de clavos es en cada isla de tres a cuatrocientos bahars. El árbol crece solamente en las montañas, y parte perece cuando se le transplanta al llano; la hoja, la corteza y la parte leñosa del mismo árbol tiene un olor y sabor tan fuertes como el fruto, el cual, si no se coge en plena madurez, engorda tanto y se pone tan duro, que no sirve de él más que la corteza; no hay árboles de clavo más que en las montañas de las cinco islas Malucco, y algunos en la isla de Giailolo y en el islote de Mare, entre Tadore y Mutir, pero sus frutos no son tan buenos; dicen que la niebla le da cierto grado de perfección; lo cierto es que a diario vimos niebla, en forma de nubecitas, rodeando tan pronto una, tan pronto otra de las montañas de estas islas; cada habitante posee algunos árboles, que vigila y de los que recoge los frutos, pero sin pensar siquiera en el cutlrivo; en cada isla se llama de modo diferente a los clavos: gomode en Tadore, bongavalan en Sarangani y chianche en las islas Malucco.
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Antonio Pigafetta, op.cit, pp. 237.

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