Le precedían cuatro hombres con largos puñales en la mano; dijo, en presencia del rey de Tadore y de todo su séquito, que estaría siempre pronto a ponerse al servicio del rey de España; que guardaría para él sólo los clavos de especia que habían dejado los portugueses en su isla hasta la llegada de otra escuadra española, y no los cedería a nadie sin su consentimiento, y que por medio de nosotros iba a enviarle un esclavo y dos bahars de clavos; hubiera gustosamente dado diez, pero nuestros barcos estaban tan cargados, que ya no soportaban más.
Aves del Paraíso
Nos dio también para el rey de España dos pájaros muertos muy hermosos; tenían el tamaño de un tordo: la cabeza, pequeña; el pico, largo; las patas, del grueso de una pluma de escribir y de un palmo de largo;la cola, parecida a la del tordo; sin alas, y en su lugar largas plumas de diferentes colores, parecidas a penachos; las plumas, oscuras, salvo las de las alas; no vuelan más que cuando hace viento; dicen que vienen del Paraíso terrestre, y les llaman bolodinata, esto es, pájaro de Dios.
No pude determinar qué tipo de ave describe Pigafetta.
Extraña costumbre del rey de Bachián
Representaba el rey de Bachian unos setenta años. Nos contaron de él una cosa muy extraña: siempre que iba a combatir a los enemigos, o cuando iba a emprender algo de importancia, se entregaba antes dos o tres veces a los placeres de uno de sus criados destinados a tal fin, así como César, según el relato de Suetonio, acostumbraba a entregarse a Nicomedes.
Sin comentarios.
Brujos
Un día el rey de Tadore envió a decir a los nuestros que guardaban el almacén de nuestras mercancías, que no saliesen durante la noche, porque había isleños que por medio de cierto ungüentos tomaban la figura de un hombre sin cabeza; de este modo se paseaban por la isla, y cuando encontraban alguno a quien no querían, le tocaban untándole la palma de la mano, por lo que el hombre caía enfermo y moría al cabo de tres o cuatro días; si encontraban tres o cuatro personas a la vez, no las tocaban, pero poseían el arte de aturdirlas. Añadió el rey que era preciso velar para conocer a estos brujos, que ya habían prendido a muchos.
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Antonio Pigafetta, op.cit. p. 243.
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