La larga y accidentada travesía de la expedición de Loaisa debió dejar en la mente del joven Urdaneta una clara idea de los riesgos de este tipo de aventura marítima, pero también de las posibilidades de afrontarla con mejores recursos -en una siguiente oportunidad.
Para la disciplina marinera es esencial observar con atención las corrientes y los climas propicios para la navegación. El viaje de Loaisa evitó la temporada más dura del invierno en el estrecho habitado por los patagones, al desembocar hacia el Pacífico en el mes de junio. Sin embargo al remontar el gran océano, rumbo al noroeste, se encontraron con los problemas derivados de la larga travesía sin agua fresca y su efecto más temido: el escorbuto.
Para la disciplina marinera es esencial observar con atención las corrientes y los climas propicios para la navegación. El viaje de Loaisa evitó la temporada más dura del invierno en el estrecho habitado por los patagones, al desembocar hacia el Pacífico en el mes de junio. Sin embargo al remontar el gran océano, rumbo al noroeste, se encontraron con los problemas derivados de la larga travesía sin agua fresca y su efecto más temido: el escorbuto.
De los cuatrocientos cincuenta hombres que partieron de la Coruña, ciento cuarenta y cinco se hallaban en el Victoria cuando pasaron por el estrecho: sólo ciento cinco llegaron a Zamafo. Los nativos de allí eran vasallos de Tidore y el rajá de esa isla se había ganado la simpatía española desde el tiempo de Elcano y Espinosa, de modo que los españoles estaban entre amigos. Pronto entraron en contacto con Tidore; pero después de desafiar los terrores y horrores del océano, ahora tenían que enfrentarse a la intensa hostilidad de sus correligionarios cristianos.
Esta dicha tarde me invió a mí el dicho capitán con otros cinco compañeros en el dicho parao a los reyes de Tidore e Gilolo, haciéndoles saber en cómo íbamos siete naos que S.M. enviaba para Maluco, e que nosotros solos habíamos llegado en el puerto de Zamafo, e las otras naos venían detrás, e que habíamos sabido en cómo estaban portugueses en aquellas islas, e tenían guerra con el rey de Tidore, e le habían destruido por ser amigo e servidor de V.M. e por haber vendido clavo a los capitanes Juan Sebastián del Cano y Espinosa. Que les pedía por merced le mandasen decir qué era lo que mandaban, que él estaba con toda su gente y nao e artillería para les favorescer, como a leales amigos de V.M., contra quien ellos fuesen servidos. Y asimismo les pedía por merced le quisiesen favorescer contra cualquier que le quisiesen hacer guerra, así portugueses como naturales de las islas (1).
Puede apreciarse en el lenguaje del joven enviado la mentira cuidadosamente calculada de decir que eran siete las naves de la expedición, cuando en realidad ya era sólo una, y no contento con ello ofrecía ayuda a los que se les sumaran contra los portugueses.
La guerra de fin del mundo
Habría de iniciar de esta manera una absurda guerra entre portugueses y españoles en el confín del mundo. Una guerra inutil basada en el equívoco del "derecho" sobre territorios y pueblos en verdad desconocidos. O.K Spate sintetiza de esta manera el terrible conflicto:
Los portugueses no eran ambiguos: su comandante, Garcia Henriques, mandó decir que si los españoles acudían a él en Ternate, serían honorablemente recibidos; en caso contrario, serían obligados por la fuerza de las armas o hundidos con toda su tripulación. Los españoles acudieron, pero a Tidore, donde anclaron el 1 de enero de 1527. Los portugueses atacaron doce días después, pero fueron derrotados, aunque la Victoria quedó tan malparada por los disparos de sus propios cañones que hubo que quemarla.
Una mezquina y desordenada guerra siguió, hecha de traiciones y estratagemas –Urdaneta acusa al nuevo comandante portugués, Jorge de Meneses, de haber planeado un envenenamiento general y, en un tono más ligero (aunque era muy serio para los buenos católicos morir sin confesión), el capellán español, al visitar Ternate para ser confesado por su homólogo portugués, fue desaprensivamente secuestrado y tuvo que ser cambiado (de forma poco equitativa), pues no disponían de ningún otro confesor y, en cambio, tenían muchos pecados de que arrepentirse–
Por el momento, los gobernantes locales hicieron su agosto con esas hostilidades: con la competencia española, los precios del clavo subieron vertiginosamente. Ternate apoyaba firmemente a los portugueses, Tidore a los españoles, quienes también tenían una base y un soporte poderoso en Gilolo. Durante casi quince meses, con periodos de calma debidos a disensiones entre los portugueses, ese puñado de hombres, portugueses y castellanos, se atacaron y mataron unos a otros en las antípodas de sus tierras de origen. Los españoles se aferraban desesperadamente a la esperanza de recibir refuerzos desde España; cuando la ayuda llegó por fin, fue de una parte inesperada: no de España, sino de Nueva España (2).
Los sobrevivientes de la expedición de Loaisa quedaron en las Molucas. Entre ellos se encontraba Urdaneta, que tuvo un papel importante en la reparación y construcción de naves y en las luchas con los portugueses y fue herido por ellos. Aquellos españoles se sostuvieron al mando de Hernando de la Torre, durante seis años, hasta 1532, esperando vanamente recibir auxilios de España. Al tener noticias de que el Emperador había vendido a los portugueses sus derechos a estas islas, negociaron con sus hasta entonces enemigos su traslado a España. Este viaje fue muy dilatado, pasando por Banda, Java, Malaca y Cochin, y llegaron a Lisboa a mediados de 1536.
A Urdaneta le tomaron en Lisboa todos los libros, relaciones y documentos que traía para entregárselos a Su Majestad. El entonces, se fué a Évora, donde estaba el Rey de Portugal, para quejarse, pero el embajador de España, Sarmiento, le aconsejó que se fuera inmediatamente a España, con un caballo prestado.
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(1) Navarrete, op.cit., p. 409.
(2) OK Spate The Spanish Lake, p 142.
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