Desde que Francisco Javier penetrara en tierras niponas hasta que, cien años más tarde, el decreto del Shogún ordenara desterrar a cualquier extranjero de Japón, se desarrolló una amplia actividad misional, con la creación de colegios, seminarios, cofradías y grupos de cristianos que perduraron a lo largo de décadas, descubriéndose a mediados del siglo XIX que varias comunidades cristianas nacidas entonces habían podido sobrevivir en la clandestinidad.
Aunque las cifras varían de un autor a otro, todos consideran que los resultados de la predicación fueron más que positivos; no sólo se consiguió bautizar a una gran cantidad de personas, sino que además, esta comunidad tenía muchas semejanzas con aquella primera cristiandad que padeció el martirio durante la Roma Imperial.
Una investigadora española, Adinhoa Reyes, que hemos citado en este blog, analiza el discurso ideológico histórico que prevaleció en su país a lo largo del siglo XX, de caracter imperialista, amparado por el régimen de Francisco Franco, que afortunadamente ha sido ya rebasado en la historiografía moderna.
Ese discurso historiográfico resaltará que "las naciones colonizadoras y civilizadoras por excelencia, España y Portugal, enviaban la flor de sus hijos a cobijar pueblos salvajes bajo la bandera de la Cruz", pero pronto incluirán también la descripción de las peculiaridades del pueblo a cristianizar, cometiendo, como es de esperar, notables errores y exageraciones.
Las publicaciones de los años treinta del siglo XX -época especialmente marcada por el debate sobre las razas en todo el mundo- recogen las impresiones de los misioneros que reparaban en que los japoneses parecían tener un carácter racional más propenso a la correcta recepción del cristianismo, con una fuerte connotación racista, más evidente cuando establecían comparaciones con otros pueblos.
Especialmente Constantino Bayle, quien afirma que "los indios de América, casi sin excepción, eran hombres porque tenían alma, pero soterrada por el embrutecimiento. En el Japón no: eran hombres y muy hombres". Esta mentalidad recorre todas las líneas de su libro:
"Qué diferencia entre las tribus del Nuevo Mundo y las gentes del Japón. Alli había que empezar por roer la corteza de vicios e ignorancia supina, que colocaban a los indigenas un poco, sólo un poco, por encima de las bestias; había que hacerlos primero hombres, como decía el virrey Toledo, para después hacerlos cristianos. Y los sudores eran muchos y la mies escasa. En cambio, los japoneses, en medio de sus errores y costumbres torcidas, lucían un natural preparado a recibir la semilla de la fe".
Un lenguaje pasado de moda, se dirá, pero que formó parte de los estudios sobre el Pacífico asiático en lengua española por demasiado tiempo. Si los misioneros del siglo XVI y XVII comparaban su trabajo entre América y Asia con un sesgo ideológico propio de su época, cuatro siglos después se hablaba casi de la misma manera. Lo citado arriba es, claro, un extremo; pero cabe preguntarse si en el siglo XXI no existen residuos de ese enfoque simplista y racista para interpretar las diferencias entre los pueblos de ambos continentes. Que quede como duda.
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Bayle, C. Siglo de Cristiandad, p 21, citado por Adinhoa Reyes Manzano, Ibid. p. 59
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