Dos personajes españoles subieron a los altares en 1662 por parte de la Compañía de Jesús: Ignacio de Loyola, un hombre de armas convertido en el cerebro y artífice de ese poderoso movimiento de defensa del Papado, y un encumbrado noble que dejó todos sus bienes terrenales para trasladarse al extremo Oriente, Francisco Javier. Este último fue canonizado como patrono de las misiones.
Es interesante señalar que Francisco Javier ejemplifica la idea de misión, primero como encomienda y compromiso personal, y segundo como avanzada territorial para la propagación religiosa.
Ambos habían concebido la idea de que debían propagar la fe católica en los lugares más inhóspitos y remotos, al menos desde el punto de vista europeo. Por ello intentaron viajar a Jerusalem, en una suerte de cruzada pacífica, lo que resultó impráctico por la condiciones de conflicto en aquella región. Otras órdenes religiosas realizaban en aquel tiempo trabajo misionero en la recién conquistada América.
Por ello tomaron el camino hacia el Oriente, según consejo del antiguo rector del Colegio de Santa Bárbara de París, quien les recomendó utilizar la ruta avanzada por Portugal, en África e India, sólo para comenzar.
Los portugueses en todas sus expediciones militares llevaron siempre misioneros -nos dice Patricia Ponce-, en este caso los primeros fueron franciscanos, pero eran un puñado insignificante para tan inmenso y dilatado campo de apostolado. Lo franciscanos se establecieron en Goa en 1517 y posteriormente en Cochín, Meliapur, Salsete y Calicut; los siguieron los dominicos.
Un antecedente muy importante fue la presencia de franciscanos nestorianos en India. Los nuevos misioneros trataban sin embargo mostrar una visión diferente, ortodoxa, del pensamiento cristiano, preocupados como estaban por las desviaciones que se observaban en Europa a raíz de la presencia del protestantismo.
Francisco Javier viajó a la India con la investidura de Nuncio apostólico, una especie de regente religioso subordinado a la corona portuguesa, por lo que estaba constreñido por el poder político-militar lusitano y al mismo tiempo tenía la facultad de movilizarse casi a su antojo por todos los territorios conocidos. Esta es la parte más sorprendente y destacada de su obra: el constante desplazamiento en sólo diez años, de 1542 a 1552.
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Ma. Eugenia Patricia Ponce Alcocer. La evangelización jesuíta en la India, en Cartas desde India y China de los misioneros jesuítas siglos XVII-XVIII, Universidad Iberoamericana, México, 2007, tomo II, pp. 29-62.
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