La ejecución pública de 26 religiosos en Nagasaki ha sido contada en México múltiples veces, resaltando siempre al mártir mexicano Felipe de las Casas, si bien los primeros recuentos no destacan de manera particular su nombre dentro del grupo. Uno de los primeros informes del suceso es el de Marcelo de Ribadeneira, franciscano que vivió las trágicas jornadas. En su extenso texto de 1601 dedica por vez primera una semblanza de Felipe de las Casas: “aunque sólo de vista conocía a este santo martir”, en realidad toma toda su información de los demás que le conocieron en Manila1. En los años y siglos posteriores dicho texto continuó siendo utilizando como la fuente más fidedigna.
Nacido en la Ciudad de México probablemente en 1570 (algunas versiones señalan 1572), Felipe se distinguió por ser un muchacho muy inquieto. Esto sirvió para crear la historia de que una sirvienta lo regañó, advirtiendo que sólo si el cambiaba su conducta la higuera que crecía en su patio, seca por varios años, reverdecería. Existe la versión de que estudió en el Colegio de San Pedro y San Pablo y que habría profesado a los 16 años con los franciscanos, pero pronto renunció a los hábitos. Hijo de padres españoles y nacido en México, Felipe es un ejemplo de lo que en su momento y sobre todo en los siglos posteriores fue el nuevo tipo de criollo en la Nueva España; rechazado por los hijos de los primeros conquistadores, pues estaba alejado de las famas guerreras y de la heroicidad que dominaba medio siglo antes el ambiente novohispano. En cambio, los vástagos de aquellos pobladores venidos de la península se dedicaban al comercio o participaban en el regimentado sistema de los gremios artesanos (el padre de Felipe habría sido platero), pero a diferencia de sus padres tenian vedado el acceso a puestos de importancia en el gobierno virreinal -espacio exclusivo para un número muy reservado de peninsulares.
Las historias religiosas cuentan que los padres de Felipe lo enviaron a Manila en 1592 “porque no se hallaba en México” y, para que se reformara de su mala conducta le ayudaron a tener su propio negocio (comercio de joyería probablemente), lo que le permitió vivir displicentemente en Filipinas por aquellos años. Debe recordarse que la capital filipina era de hecho la metrópoli de tipo occidental más activa de la región en aquellos años y para un joven rico y soltero como él la vida debió ser particularmente regalada 2. El estado de las cosas en Filipinas llevaba un ritmo muy especial, sujeto al comercio anual del galeón y a la llegada regular de los comerciantes asiáticos. Los colonos españoles en Manila tenían largos paréntesis de tiempo libre en que usualmente despilfarraban lo recién ganado, en juego de naipes y peleas de gallos, fiestas estilo europeo (con juegos de lanzas tipo medieval) y el enamoramiento de las damas, aunque fueran ajenas. Esta situación podía hundir en la miseria a los más connotados miembros de la pequeña colonia. El ambiente era más que propicio para que los colonos, cargados de misticismo religioso, vieran a cada paso milagros y encantamientos3.
Las biografías pías de San Felipe soslayan apenas esa etapa y consideran que, después de haber caído en el pecado, un angel se le apareció para encaminarlo por la vía del bien y lograr que se ordenara misionero franciscano. Asi lo hizo, pero al no haber obispo en Manila (Domingo de Salazar había partido a España, donde murió en 1594) Felipe fue enviado a la Nueva España, para allá obtener los hábitos religiosos.
El 12 de julio de 1596 abordó el galeón San Felipe 4 que llevaba un rico cargamento valuado en un millón y medio de pesos de plata, con rumbo al puerto de Acapulco. Un tifón desvió al galeón hacia el norte, frente a Urado, provincia de Tosa, alrededor del 18 de septiembre de ese año. En aquella época el viaje de Manila a Japón duraba un mes aproximadamente, así que los casi tres meses en el mar inquietaron gravemente a los pasajeros del San Felipe. La discusión prevaleció entre el piloto, el capitán del barco, los comerciantes y misioneros. Estos últimos sugerían encontrar puerto en Nagasaki, donde existía a la sazón una pequeña comunidad católica, en el único puerto japonés abierto al comercio exterior. Para los marineros y comerciantes el problema era la posibilidad de que sus pertenencias podrían ser presa de la rapiña de los lugareños 5.
Las versiones que se contaron desde aquella época divergen en varios detalles. Los jesuitas achacaron los problemas del navío a que el capitán general, Matías Landecho, escuchó y siguió la sugerencia del fraile Juan Pobre, quien había visitado Japón un año antes y aseguraba que el shogún6, Toyotomo Hideyoshi favorecía la religión católica e incluso protegía a los franciscanos en Kyoto. Si fue cierta, esta opinión ocultaba flagrantemente el hecho de que desde una década antes se había prohibido en diferentes formas la propagación de cualquier religión extranjera en suelo japonés. La comunidad católica practicaba muy discretamente sus ceremonias, en vista de los peligros que existían.
1 Marcelo de Ribadeneira, OFM, Historia del Archipielago y otros Reynos, reimpreso en 1970 por la Historical Conservation Society. Manila. El texto original, editado en Barcelona en 1601 como Historia de las Islas del Archipiélago y Reinos de la Gran China, Tartaria, Cochinchina, Malaca, Siam, Camboja y Japón, es frecuentemente citado en sus versiones modernas, como la Biblioteca España Misionera, Madrid, 1947.
2 Por aquella época, el más conspicuo representante de la moral española en la isla era el propio gobernador Don Francisco Tello quien fue acusado por los clérigos locales de “ser hombre que arramblaba con todas cuantas podía” refiriéndose a las damas manilenses, por lo que lo presionaron para que se casara con su propia prima y sobrina para tratar de controlarlo. Nota de W.E. Retana, a los Sucesos de las Islas Filipinas, de Antonio de Morga, p 190.
3 Más milagros para el santo: las crónicas mencionadas señalan que antes de llegar a Japón se vió en el cielo una enorme nube en forma de cruz, que cambió su color de blanca a roja. No debe olvidarse que la mayor referencia a San Felipe es la higuera en su casa paterna en México, misma que reverdeció el día de su muerte después de haber estado seca por años.
4 Más tarde se quizo utilizar esa concidencia de nombres Felipe el Galeón y Felipe el Santo como muestra de predeterminación de su destino.
5 El temor del capitán estaba bien fundamentado, pues la tradición de aquella época en Asia y en Europa era que el cargamento de cualquier navío que encallara en territorio extranjero quedaba en manos de sus habitantes, tal como nos dice José Rizal en su edición de Antonio de Morga, p 122.
6 Shogun es el jefe de los señores feudales o daymios. Hideyoshi en realidad estaba en proceso de convertirse en tal.
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