En el centro de la capital de China, Beijing o Pekín, se yergue el observatorio astronómico construído en el siglo XV y que un siglo después incorporó las aportaciones de los misioneros jesuítas que llegaron a la corte imperial.
Un museo modesto informa a los pocos visitantes acerca de la larga historia de observación del universo, por parte de los sabios chinos, siempre pendientes de describir los fenómenos del cielo, de donde se supone que procedían los propios emperadores.
La capacidad de los misioneros jesuítas, versados en los avances científicos de la época, incluso de aquellas informaciones que eran vetadas por el Vaticano, les permitieron transmitir conococimientos de interés para los académicos chinos. Esta fue la puerta de entrada a los favores imperiales en su misión original: difundir el pensamiento católico entre la población de estas latitudes.
Fotografías tomadas el domingo 27 de enero, un día particularmente contaminado.
1 comentario:
Gran aportación. Ha de ser un lugar muy bello.
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