La corte china mantuvo con gran aprecio a los misioneros jesuitas que les proporcionaban las últimas novedades de la cultura europea, la astronomía, la pintura y la música. De esta última, el contraste con la tradición china era muy notable, ya que el desarrollo del contrapunto, la complejidad de los coros y el entramado de muchos instrumentos barrocos era difícilmente asimilable para el oído chino. Finalmente, la música de cámara, sobre todo flauta y clavecín resultó ser un sonido más aceptable para el gusto de los asiáticos, como lo demuestran diversas obras compuestas, en aquel país, por artístas europeos.
La presencia de misioneros con dotes artísticas fue un gran logro para el propósito jesuita, interesados en influir a los jerarcas chinos por medio de los sentidos el razonamiento. Lo curioso es que la llegada de un religioso no jesuita, como fue el caso del italiano Teodorico Pedrini (1671-1746), significó también la primera ocasión en que los emperadores chinos conocieron las contradicciones entre las diversas congregaciones católicas europeas.
Luego de un prologado viaje que pasó por Perú, México y las islas Marianas (Guam), Pedrini se asentó en China por más de veinte años y sirvió a tres emperadores sucesivos. Escuchemos la sonata número 1 para violín, que fue compuesta e interpretada en Beijing en pleno siglo barroco.
Como músico de la corte china, Pedrini educó a tres hijos del emperador Kangxi, construyó instrumentos europeos y arregló los que ya existían en el palacio imperial. Escribió en Beijing un tratado de música occidental que fue publicado en aquel país y posteriormente fue incorporado a una enciclopedia china en el año 1781. Parte de su obra musical se encuentra recopilada en la Biblioteca Nacional de Beijing.
El entusiasmo por reencontrar aquella música creada en el otro extremo del mundo ha conducido a músicos como Pedro Bonet, de España, o Jean-Cristophe Frisch, de Francia, a recorrer los caminos del barroco nómada que envolvió al mundo en el siglo XVIII.
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