En la historia de China el comercio representó un elemento muy sensible para la clase dirigente, temerosa de atraer influencias externas o de diluir su capacidad de gobierno, frente a poderes del exterior. La gran hazaña del marinero Zheng He en el siglo XV, de proporciones insuperables si se compara con las pequeñas flotas europeas que recorrieron Asia a partir de aquellas épocas, no se repitió debido a múltiples razones, como haberse completado pocos años después la construcción de canales norte sur que permitían el comercio fluvial dentro de China. Otra razón era el costo desmedido de tales expediciones y el considerar que el intercambio con países bárbaros no traería mayores beneficios para la grandeza del imperio.
De esta forma, cabe resaltar que con la llegada de los europeos (los portugueses en primerísimo lugar) no quedaba traza de lo que habían sido las grandes expediciones marítimas chinas. Pero es importante apuntar también que las motivaciones de europeos y chinos hacia el comercio eran radicalmente distintas: portugueses y españoles buscaban riquezas que no tenían en sus territorios. Puede parecer rudo, pero la pobreza los hizo levar anclas y proseguir aventuras en territorios extraños. En el caso de China, el orgullo de pensar que eran la cúspide de la civilización humana le hizo cerrarse hacia el mundo exterior.
A lo largo del siglo XIV, la dinastía Ming (1368-1644) estableció diversas restricciones al comercio con extranjeros. Por ejemplo, en 1394, los chinos tenían prohibido el uso de perfumes y otros bienes extranjeros. El comercio exterior estaba circunscrito a pueblos vasallos en la periferia de China. Esta actitud ante el intercambio comercial tenía también su componente filosófico basado en el Confucianismo que califica a tal actividad un acto de las clases inferiores, motivado por la ganancia y no por valores morales. En cambio, la agricultura juega en este modelo de pensamiento el papel económico central y de mayor mérito. El Estado debía tener a su cargo la tarea de regular el intercambio con los extranjeros.
No obstante las continuas regulaciones, el comercio floreció sobre todo en las zonas costeras del este y el sur de China, en gran medida a través de redes ilegales pero muy efectivas, lo que obligó a que el gobierno levantara parcialmente la prohibición al comercio en 1567. Si el pensamiento confuciano relegaba a los comerciantes, las grandes fortunas que podía amasar la clase que vivía en los márgenes de la legalidad hicieron cambiar a muchos oficiales del imperio chino.
Es en este preciso momento de transición cuando tuvieron lugar las exploraciones europeas en el sudeste de Asia y la conquista de Filipinas por parte de los españoles. Los chinos que comerciaban con grandes riesgos en la región vieron a los recién llegados, por la vía de Europa o de América, como novedosos aliados de su complicada forma de vida.
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