Gonzalo Ronquillo de Peñalosa fue el cuarto gobernador general de las islas Filipinas. Llegó a Manila el primero de junio de 1580 y en los tres años que gobernó el archipiélago hasta su muerte en 1583 mantuvo un control férreo sobre la colonia y sus moradores, lo que motivó que fuera duramente criticado por el arzobispo de Manila, Fray Domingo de Salazar, y por Francisco de Sande quien lo había precedido en el cargo y cumplía desde la Ciudad de México el cargo de Oidor. Se le acusó de corrupción, de permitir el abuso de los encomenderos contra los indígenas y propiciar el enriquecimiento de familiares y allegados. Al morir dejó en el cargo a su sobrino Diego Ronquillo.
Su carrera política había iniciado tiempo atrás en Perú, donde llegó como parte del séquito del virrey Diego López de Zúñiga y Velasco Conde de Nieva en 1561. En los hechos fue enviado por su encumbrada familia para afincar intereses económicos en América, en una época de inestabilidad y conflicto en el Perú, pero propicia para los negocios privados y el rápido enriquecimiento. El mecanismo empleado era impecable: ocupar cargos en la corte virreinal para usufructuar encomiendas y dinero público. Regresó a España y pasó un breve tiempo por la Ciudad de México en una rápida carrera dedicada al beneficio privado en puestos públicos. Diez años más tarde era nombrado Gobernador General de las islas Filipinas, pero pronto se evidenció que mantenía sus intereses en Perú y en España.
En contravención con el decreto real del 14 de abril de 1579 que prohibía el comercio entre Filipinas y Perú, el gobernador Ronquillo envió tres barcos de Manila a El Callao, primero dos en julio de 1580 y un tercero en junio de 1581. El último de ellos iba con el pretexto de remitir artillería para la defensa de Lima. Era tan claro el interés de abrir la ruta de Manila al Callao para aprovechar en su beneficio el comercio de mercaderías asiáticas que provocó de inmediato la molestia de los comerciantes de la Nueva España quienes temían perder el monopolio del comercio con el Extremo Oriente. Fernando Iwasaki describe así este enredo:
En México causó gran malestar la nueva de la nave de Ronquillo, no sólo por la amenaza que representaba para el monopolio de Acapulco, sino por la fundada sospecha de la evasión de los impuestos sobre las mercancías por parte del gobernador. Alertada la Corona por el virrey novohispano, el 11 de junio de 1582 se promulgaron tres fulminantes reales cédulas dirigidas a Gonzalo Ronquillo de Peñalosa, al virrey Martín Enríquez (de Almansa, del Perú) y al conde de La Coruña (Lorenzo Suárez de Mendoza) virrey de la Nueva España. En ellas se prohibía de manera terminante la navegación directa entre Perú y Filipinas, pero además se solicitaba una investigación exhaustiva del contenido de las naves despachadas, tanto en Lima, Acapulco y Manila. Sin embargo, ignorante de la resolución tomada contra él en Lisboa, Ronquillo seguía insistiendo en que sólo había enviado artillería para socorrer al Perú.
Si el peregrino argumento de enviar artillería desde la lejana colonia filipina, que constantemente se quejaba de carecer precisamente de una buena defensa, era francamente inaceptable, el problema se recrudeció con el testimonio del Virrey en el Perú, quien evidenciaba que la famosa pieza de artillería era un cañon pedrero de doze quintales y ochenta quintales más en otras armas. El resto de la carga de la nao Nuestra Señora de la Cinta, que por cierto era capitaneada por Pedro Mercado de Peñalosa hermano del Gobernador, se describió de esta manera:
...ha ymbiado un navío con cantidad de cosas de China que son porçelanas y sedas y especería y hierro y sera y mantas y seda en maço y otras buxerías que son las que suelen traer y todo se ha vendido bien, sino ha sido la canela que tiene mala salida por no ser buena. Y lo que señalaba ser de la Real Hazienda eran como quatrocientos quintales de hierro y ciento y noventa quintales de especería en que entrava canela, pimienta y clavo.
La mentira del gobernador Ronquillo se acrecentaba, contrastada con los testimonios brindados por pasajeros y comerciantes en una indagatoria ordenada por la Corona en 1582. La parte más comprometedora era el hecho de que muchas mercancías eran propiedad del propio Gobernador de las FIlipinas y que tenía en Lima compradores ligados a su estancia anterior. Las redes familiares tejidas durante décadas abarcaban intereses verdaderamente globales, desde España a México, de Perú a Filipinas.
El tiempo corrió como siempre, más lento en las investigaciones burocráticas, pero veloz para el gobernador Ronquillo quien murió en Manila al año siguiente. Sin embargo, como veremos, la tentación de continuar con el prometedor comercio con Oriente se mantuvo en Lima por mucho más tiempo.
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Fernando Iwasaki, Ibidem, pp 32 y ss.
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