El villancico, en forma de diálogo de voces y versos, tiene parecido a los cantos tradicionales prehispánicos de Filipinas, y fue rápidamente utilizado para festividades incluso no religiosas (lo cual habrá causado cierta alarma a los misioneros). Los cantores filipinos eran reconvenidos para que cantaran su música dentro de las normas musicales y el decoro, sin cambiar el sentido del texto. Se prohibió en varias épocas que se cantaran villancicos burlescos e inapropiados en las iglesias, lo cual indica que la práctica era recurrente. El arzobispo Felipe Pardo se quejaba finales del siglo XVII que en las misas de aguinaldo, en Navidad, los asistentes reían con las letras preparadas por los propios cantores.
El rasgo más interesante para los investigadores es la permanencia del género a lo largo de cuatro siglos, incluídos villancicos filipinos en el siglo XIX y principios del XX.
Fuera de las catedrales y otros recintos religiosos, la música fluía entre la población filipina que hoy en día se distingue por sus cualidades musicales excepcionales. Otro investigador, Nicanor G. Tiongson, argumenta acerca de la transmisión y adaptación de tradiciones hispano-mexicanas en Filipinas, como son las posadas, muy parecidas al panunuluyan (que significa entradas), que cuenta con procesión, paseo de karos (carros adornados) y andas con las imágenes de los santos. Todo acompañado con música de banda y marcha. Las pastorelas, representaciones vivas de pasajes religiosos, son también muy populares en el país asiático. Es tradicional que en las fiestas navideñas se cante para encontrar lugar a los peregrinos (María y José), donde son rechazados hasta encontrar albergue y finalmente cantar un Gloria (2).
Tiongson coloca un punto de duda en las afirmaciones más socorridas de que estas tradiciones simplemente fueron transferidas desde México. En cambio, señala que la investigación debe profundizar sobre influencias mutuas, donde también los filipinos llevaron a México sus tradiciones (menciona los azulejos y cierta ropa). El centro de su argumento es la obligación de los investigadores de romper con fórmulas que señalan la influencia en un sólo sentido colonial, cuando es evidente que se produjeron muy variados procesos de adaptación local, creación, renovación de la cultura.
Un análisis más amplio y detallado es el que realiza David Irving en su libro sobre la música en Manila, entendida como un contrapunto constante, de influencias variadas sobre la base cultural de las islas, con influencia malaya y china. A través de la confrontación cultural, el interés de imponer la religión y la cultura europeas, se dió un proceso opuesto de resistencia, adaptación y acomodo. El pueblo filipino fue capaz de asimilar las formas y recrearlas en su propio interés, como fue el caso de su lucha por la independencia en el siglo XIX (3).
El libro analiza cuidadosamente la manera en que la música fue empleada como herramienta de conquista cultural y conversión religiosa, ofreciendo abundante información sobre músicos (la mayoría sacerdotes) que se trasladaron a Filipinas; la publicación de piezas musicales importadas y producidas localmente desde el siglo XVI, así como la creación de escuelas y clases para enseñar música. Jesuitas y franciscanos fueron sin duda los más interesados en usar métodos musicales para la evangelización, incluyendo música vernácula de diversas regiones filipinas.
Los europeos instalados en Filipinas llevaron a cabo una suerte de levantamiento etnográfico sobre la cultura de los habitantes de las islas. El propósito explícito era identificar los elementos comunes con la ortodoxia cultural y religiosa de tipo cristiano y un objetivo de conquista que no ocultaba la necesidad de eliminar aquellas expresiones que pudieran ser contrarias a esa religión o diabólicas. En el espíritu de la Contrareforma, los misioneros sistematizaron su trabajo para incidir en la vida cotidiana de la población.
En un principio se emplearon las herramientas descriptivas de la observación natural y ya en el siglo XVIII y XIX los instrumentos de una concepción cultural que separaba lo moderno de lo antiguo o bárbaro, muy en la corriente del enciclopedismo francés.
Con la llegada de los europeos, el aire de Manila se llenó de nuevos sonidos, la campana, el órgano, el cañón, que acompasaban el nuevo ritmo de la vida. La población filipina se habrá adaptado a este contrapunto sonoro con la gracia que suele hacerlo. El interés de esta breve nota es mostrar interpretaciones históricas que permiten comprender la atmósfera cultural que prevalece en Filipinas, más resistente que cualquier otro elemento económico o político. Los textos de Irving, de Tiongson y otros, sirven para profundizar en un camino que no concluye y son contraparte de aquel gran pequeño libro de Lourdes Turrent sobre la conquista musical de México.